Redacción: Miguel Vico
Era un año raro. Después de un decreto del ayuntamiento de la ciudad de Miami a partir de la petición de los vecinos, Ultra Music Festival tenía que abandonar el espacio que les había acogido durante 20 años. No era cualquier cosa, la icónica imagen del festival y todos sus espacios ya eran tradición para uno de los festivales más importantes de música electrónica. Después de muchos temores, Virginia Key pasó a ser nombrada como la nueva casa del festival, un entorno que prometía mejoras y ampliaciones a largo plazo en un paisaje más natural y menos urbano.
El problema de este cambio parecía evidente, se trataba de una inversión millonaria y un trabajo titánico. Ello podía repercutir en lo más relevante del festival, su cartel. Si bien estamos ante un evento que da valor a todos los factores fundamentales que puede haber en un festival, la clave de Ultra Music Festival suele radicar en las novedades y las primicias que presentan cada año. El año pasado el festival invirtió una millonada en tener el gran regreso de Swedish House Mafia después de cinco años de retirada. Muchos de sus momentos destacados se basan en la exclusividad del evento, como el mini-show de Jack Ü en 2015 o el show presentación de True de Avicii en 2013.
Ahí reposaba la rareza de este año, parecía que no iba a pasar nada. Y según iban confirmando los artistas, se iba reafirmando esta idea. Algunas novedades notables había, como el show de Dog Blood o la presentación del nuevo cubo de Deadmau5. Sin embargo, en el gran mainstage no se encontraba nada con la suficiente fuerza como para sostener el gran nombre del festival. Marshmello, Martin Garrix y The Chainsmokers eran los encargados de encabezar cada uno de los días del festival y… no estuvieron a la altura. La dificultad está en que un buen set no es suficiente. El problema es que ni siquiera un gran set es suficiente.
La música electrónica está en un punto de inflexión en el que todo el mundo cree que se va a pique. El año pasado se puso a prueba a la escena y fue capaz de superarla gracias al regreso de géneros como el progressive y la aceptación de los ritmos latinos. Era un año para seguir demostrando que el género podía evolucionar. Sin embargo, los artistas no deberían haberse descuidado y hacer como si no hubiera pasado nada. Pero es lo que han hecho en cierta manera.
Sorprende increíblemente la escasez de invitados destacados en los shows, generalmente una parte muy importante del festival. Como siempre, se han presentado nuevas canciones aún por publicarse, pero a excepción de algún que otro caso como puede ser la colaboración entre The Chainsmokers e Illenium, no ha habido nada demasiado especial.
También era un año en el que se enfrentaban a la inexistencia de grandes canciones comerciales. Parece mentira lamentarse de algo así, ya que todos acabábamos hartos de escuchar Shape Of You en su momento, pero eran reflejos y referencias del movimiento musical que se vive y que parecía que la electrónica estaba más que nunca en su burbuja.
La puesta en escena del festival ha sido buena. Con un mainstage que ganaba muchos puntos de noche, se nos quitó el mal sabor de boca del año anterior. El traslado del evento provocó la ausencia de escenarios ya clásicos como la “araña” y de la misma manera, la presentación del nuevo escenario “Live Stage” fue un poco decepcionante. Decepcionante no porque en sí lo fuera, si no por las expectativas que habían creado para un espacio que no tenía grandes particularidades.
A partir de ahora, cada año seguirá siendo un examen para la industria y el festival. El riesgo es regresar a ser un mercado minoritario y desandar lo conseguido hasta la fecha. No es tarea fácil, el festival tendrá que hilar muy fino para conseguir lo mejor de lo mejor y seguir haciendo del festival (sin miedo a exagerar) el mejor evento cultural de gran escala del género.