Redacción: Fran González
Hay talentos singulares y cautivadores que incomprensiblemente parecen condenados a un injusto ostracismo por parte de la crítica y la industria. Seguramente estas palabras podrían suscitar a cada lector pensar en una artista diferente, pero pocas hay a las que tales líneas encajen mejor que a la británica Liz Lawrence. A sus 31 años, la natural de Warwickshire continúa encarando su proyecto en solitario contra viento y marea, y contra una escena que parece remolonear a la hora de ofrecerle la merecida oportunidad que ésta demanda.
Lawrence no es una neófita ni una recién llegada. La conocimos en 2011, tras un disco debut autoproducido que rompió moldes y se colocó segundo en el record de descargas de Bandcamp de ese mismo año. Bedroom Hero (Ceol Music Ltd, 2011) fue una carta de presentación tímida y bucólica, repleta de incandescente calidez. Su lírica, totalmente imbuida en un romanticismo costumbrista, nos revelaba una faceta acaramelada y dulce por parte de la británica, que entre sus trazas de folk-pop luminoso parecían subyacer íntimos relatos y tiernas confesiones.
Un hiato bastante prolongado entre su primer LP y su subsiguiente continuación le permitió abordar diferentes proyectos paralelos a través de los cuales trató de ir definiendo su identidad artística y encontrar así el lugar en el que desarrollar su potencial con dominación y pertenencia. Lecciones que tardaría en aprender y en acatar, y para las cuales previamente tuvo que transitar caminos de amargo trago. Por aquellas, Lawrence formaba un tándem bastante sólido junto al productor Tim Ross bajo el nombre de Cash+David, un prometedor dúo de electro-pop que pese a su fructífera proyección, cesó su actividad en 2016. Sin embargo, ese ensayo personal en el que la honda voz de Lawrence comenzó a abrazar beats de cadencias oscuras en los temas del desaparecido conjunto marcaron un antes y un después en lo que a futuros proyectos de la británica se trataría.
Con los años, la cantautora ha aprendido mucho sobre su voz y sus capacidades. Ha descubierto cómo jugar con los géneros y cómo no conformarse con fórmulas básicas y desprovistas de ingenio. Es por ello por lo que a día de hoy, su debut puede parecer más ingenuo de lo que originalmente fue, y es que el giro vocal y argumental que dio para sus siguientes trabajos (y posteriormente, para su segundo álbum) fue un salto madurativo y cualitativo que atrapó a la audiencia británica como no lo había hecho anteriormente. Después de sus periplos girando junto a Bombay Bicycle Club (a quienes teloneó durante varios años, además de asistirles en diversos conciertos), Lawrence nos hizo sucumbir a sus encantos con un single doble que atestiguaba la mutabilidad que sus piezas eran capaces de ofrecer. Ante el juego de pseudo-cumbias para The Good Part y el alegato feminista y reivindicativo en Woman nos vimos obligados a comenzar a tomarnos en serio el imaginario de esta artista, el cual acabaría por explotar definitivamente con su segundo álbum, Pity Party (Second Breakfast, 2019).
Este segundo trabajo no solo gozó de una dulce acogida por parte del público, sino que significó un resurgir artístico para la cantante. Tanto su sonido como su lirica se tiñeron de un amargo pero sincero realismo que cedía a inclinaciones más propensas al rock independiente y que lejos quedaban ya de la melancólica inocencia folk de sus primeros temas. Sus versos ahora referenciaban problemas generacionales comunes que, entre líneas acentuadas de guitarra, buscaban unificar los diferentes testimonios de veinteañeros tardíos que atravesaban diversas fases de caos y de desvanecimiento personal (None Of My Friends habla por sí misma). Una nueva voz rasgada, en ocasiones recordándonos a Annie Clark o a Sharon Van Etten, que determinaba el fin de una época y el renacer de otra. Menos caramelo, y más bourbon.
Como muestra del arrojo y los arrestos que desprendía su nueva personalidad, Lawrence incluyó en este segundo álbum un poderoso tema titulado USP dedicado directamente a la industria y a cómo ésta es capaz de deformar la imagen de una artista en beneficio ajeno. Una temática tristemente candente que continuamos viendo en el discurso de artistas nóveles a día de hoy, cuyas denuncias por desgracia guardan una vigencia de lo más perturbadora.
Después de saborear los frutos que su intenso segundo LP le ofreció, la pandemia puso un freno temporal a su próspera productividad. Cambió Londres por su Stratford natal, y en un alarde más de tomar las riendas de su carrera profesional, literalmente logró construir su propio estudio en el que poder seguir componiendo durante los meses más arduos de confinamiento. Lawrence tenía claro que ni siquiera una crisis sanitaria a nivel global iba a poder entorpecer y contener el torrente artístico que había comenzado a desencadenar tras Pity Party. Y así fue como, continuando con un aura similar a la que cultivó tras el mencionado segundo álbum, comenzaron a llegarnos nuevas muestras de su incansable buen hacer. Miedos irracionales y propios de una generación marcada por el síndrome del impostor para California Screaming; una infecciosa y pegadiza línea rítmica para Where The Bodies Are Buried; la veraniega frescura pop de Saturated; o esa suerte de punk electrónico increíblemente seductor que es Babies son tan solo algunas de las muestras con las que Liz Lawrence parece firmemente decidida a convencernos de que lo que está por venir sea probablemente el mejor de sus trabajos hasta la fecha.
Pese a las convulsas consecuencias que la pandemia ha traído para el sector, la cantautora británica confiesa que no ha visto afectada su actividad artística por dichos sucesos. El trabajo recluido, la producción doméstica y la promoción telemática han sido siempre un terreno amigo para ella, donde ya ha demostrado saber moverse con soltura. Es por ello que no nos sorprende en absoluto que 2021 esté siendo un año de lo más dulce y prolífico para Lawrence. Con la cabeza ya puesta en su gira por diferentes puntos de Reino Unido para Septiembre y Octubre, la artista goza ahora mismo de una satisfactoria y meritoria posición donde, desde la humildad, busca continuar explorando la versatilidad de su obra y alcanzar la excelencia en su técnica, sin perder la esperanza de que algún día su esfuerzo se vea recompensado como se merece.