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Monográficos dod: Cinco años del 'Blonde' de Frank Ocean

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Frank Ocean - Blond

Redacción: Fran González

Hace algunos años a muchos puristas les podría parecer que ya estaba todo el pescado vendido y que para hablar de discos históricamente influyentes tendríamos que remontarnos por obligación a aquellos manidos ejemplos que todos tenemos en mente. Sin embargo, el tiempo nos convence de que no está todo escrito y que los caminos evolutivos y transformadores que la música toma son inescrutables e impredecibles. Sin ser aún conscientes de lo que se venía, aunque sí en sobreaviso después de los antecedentes de su artífice, un 20 de agosto de 2016 seríamos testigos del lanzamiento de uno de los álbumes más significativos y trascendentales de la pasada década, y muy probablemente, de la actual.

Sobreponerse a un disco de debut quasi-perfecto es siempre un lance delicado ante el que se han visto superados multitud de artistas a lo largo de la historia. Una contraproducente exploración de las capacidades propias que confluye con la recurrente sombra de un temido síndrome del impostor que bloquea y anula la capacidad creativa, condenando así al artista a la página en blanco perpetua. Entre muchas otras, éstas fueron algunas de las frustraciones y de los reveses que provocaron que la mente de Frank Ocean navegara en un mar de ansiedad durante los años previos a la elaboración de un álbum que lo cambiaría todo. Su prolongada y casi total desaparición del ente público (además de su posterior auto-clausura profesional a caballo entre los míticos estudios de Abbey Road y los de Electric Lady) nos hizo dudar de si realmente acabaríamos volviendo a ver la anhelada continuación de “channel ORANGE” (Def Jam Recordings, 2012). Luego de salir insatisfecho de una relación tortuosa con su anterior sello, todo fueron confusas elucubraciones sobre el truncado lanzamiento de un disco que no parecía llegar nunca. Tímidos y aletargados mensajes del artista que arengaban a sus seguidores a continuar esperando, así como nombres referenciales y célebres participaciones que iban y venían y que alimentaban el hype hasta desgarrar las costuras. Pero más allá de memorables inspiraciones y aclamados colaboradores, Ocean acabaría revelando que sorpresivamente uno de los detonantes que había despertado su torrente creativo de nuevo era haberse topado con esta fotografía en The Collaborationist.

Esta instantánea sacada del estudio de Jessica Haye y Clark Hsiao en la que se aprecia una figura infantil de género indeterminado cubriéndose el rostro en el asiento trasero de un coche removió de tal manera el subconsciente y la capacidad artística del cantante norteamericano que tal pieza acabaría haciéndole conectar con experiencias particulares y sentimientos comunes. Este hecho desencadenaría que posteriormente le viéramos dar puntuales y escasas entrevistas por primera vez desde su aplaudido debut, en las que también se atrevió a hablarnos de cómo una iluminadora conversación con un viejo amigo de su Nueva Orleans natal le abrió la mente en canal, liberándole de determinados yugos técnicos y personales. A partir de entonces, la antesala promocional de su nuevo disco parecía más encarrilada que nunca y con ella el afán de volver a tener de vuelta al carismático artista.

Por aquellas, numerosas notas de misterio ya engalaban del todo su anhelado y triunfal regreso. No obstante, los convencionalismos nunca parecieron casar con el modus operandi del artista, que puso en marcha una reaparición en escena teñida de encriptados mensajes que suscitaban expectativa y confusión a partes iguales. Una vorágine de novedades que comenzaban a calentar los motores del respetable y a despertar las adormecidas ilusiones de sus adeptos. Ciudades como Los Ángeles, Nueva York, Chicago o Londres acogieron una serie de tiendas pop-up en las que, desde la fugacidad, Ocean puso al alcance del público gran parte de su imaginario personal, entre el que se destacó su fanzine “Boys Don’t Cry”: un proyecto en el que a través de sus más de trescientas páginas podías toparte con material fotográfico de figuras tan insignes como Viviane Sassen, poemas escritos por Tyler, the Creator y Kanye West, o recortes de textos propios y conversaciones íntimas entre Ocean y sus amigos. Huelga decir que a día de hoy encontrar un ejemplar de esta revista por un precio que no supere los setecientos dólares es una total utopía.

Pero algo que sí que acabó siendo de alcance popular fue la llegada de un álbum a la plataforma Apple Music. “Endless” (Def Jam Recordings, 2016) no fue el disco que se esperaba ni al que pretendemos rendir tributo con estas líneas, pero sí una colección muy atractiva de dieciocho canciones, desafortunadamente denostadas y olvidadas, que se enmarcan bajo el enigmático halo de un proyecto visual de 45 minutos donde apreciamos al propio cantante transitar en bucle por una habitación blanca y austera. La ornamentación a cargo del artista gráfico Tom Sachs no fue la única participación externa que abrazó la noción y el enfoque de este “Endless”, pues entre sus pistas encontramos desde samples a Daft Punk o Lauryn Hill hasta colaboraciones con James Blake, Arca o Jonny Greenwood.

El desdichado y eclipsado recorrido que este álbum tuvo no debe ser achacado a su contenido, pues literalmente un día después de su publicación y cuando la audiencia aún estaba digiriendo este derroche de experimentalismo y técnica, se revelaba que “Endless” era tan solo un mero purgatorio transicional. Con él Ocean pretendía dar carpetazo definitivo a su perfectible etapa en Def Jam y a su vez generar el clímax necesario que aconteciese el inesperado lanzamiento de un LP que supondría una revolución mayúscula tanto en su discografía como en nuestra concepción hasta la fecha del papel que juegan las herramientas vitales al servicio de la creatividad musical. Bajo la seña de un álbum conceptual, “Blonde” (Boys Don’t Cry, 2016) nos presenta una versión más depurada y sofisticada de aquellas estructuras sentimentales que ya habíamos presenciado anteriormente en la obra del cantante norteamericano. Historias autoconclusivas de amor y pasado, propias y ajenas, como eje nuclear de un disco que, a través de una lírica inteligente y un lenguaje natural, nos invita a acabar haciendo nuestras. Ante el despliegue de humanismo y verdad del que somos testigos solo podemos dejarnos llevar y acabar sumergidos en un torbellino de reflexiones, memorias, culpas, reproches y melancolía del que no queremos salir.

El romanticismo imperfecto por bandera y un uso transversal del R&B, del Soul y del Pop Psicodélico como nunca antes alguien había hecho se dan la mano con una técnica narrativa única, que una vez más nos corrobora por qué el de Nueva Orleans es considerado uno de los mejores letristas de su generación. La manera en la que este “Blonde” disgrega sus consecutivas partes es una de las bazas que nos hacen reafirmar su excelente naturaleza, siendo evidente la manera en la que la visión del álbum se divide en dos mitades de 30 minutos claramente delimitadas: el día y la noche.

La disparidad emocional y temática con la que nos topamos desde el inicio ya denota que “Blonde” ha ganado en matices y contrastes con respecto a sus antecesores. Sirva la propia pieza de apertura del disco para hacer gala de lo mencionado, pues además de ser uno de sus temas emblema, ‘Nikes’ orienta su discurso a abordar perspectivas sociales y críticas poco recurrentes en la escena hip-hop sobre la opulencia, la codicia, el capitalismo, y la contribución malsana de todo ello por parte de su colectivo y de su propia persona. ‘Ivy’, por su parte, supone el inicio de esa parte diurna y luminosa del álbum, con un fresco y jovial ritmo acústico donde tiene a bien dar espacio a esos destellos de la memoria que nos permiten rescatar personas de nuestro pasado más impreciso y difuso. ‘Pink + White’ no solo continúa con esa esencia semi-veraniega y colorida, sino que además es una alegoría del cielo y de la tierra donde una vez más analiza y reconsidera las enseñanzas que el amor pretérito le otorgó, todo ello acompañado de una Beyoncé en un casi imperceptible segundo plano, por si no habían ya suficientes ingredientes relevantes en la fórmula.

El recorrido de estas ideas iniciales (en ocasiones personificadas, y en otras, inspiradas) refleja las diferentes direcciones por las que sus anteriores relaciones le han llevado, dando paso a esta base lóbrega y desconsolada que el teclista Buddy Ross propone para ‘Be Yourself’ y sobre la que transita un tierno y afable monólogo maternal. En el sample de un contestador automático encontramos las líneas que durante años atribuimos erróneamente a la madre del propio Frank, y cuyo hermano acabaría desmintiendo en redes y revelando que se trataba de la voz de la madre de un buen amigo suyo. Sin embargo, se trate de quien se trate, esa entrañable proximidad mientras menciona cosas como “Do not smoke marijuana, do not consume alcohol. Do not get in the car with someone who is inebriated. This is mom, call me, bye” nos hace sentirla enteramente nuestra.

De la palabra ajena y externa al consejo y al asesoramiento más intrínseco. En ‘Solo’ no hay hueco para las malas interpretaciones, es exactamente lo que parece. Una canción sencilla y directa pero no por ello carente de peso en el álbum, y donde se nos plantea en un divagar meditabundo las pesquisas y los derroteros que franquea aquel que decide vivir su vida en soledad y alejado de convencionalismos sociales. A partir de ahí el disco es un suma y sigue de interioridades y capítulos privados, figurados y simbólicos, con los que es sumamente fácil conectar dada la universalidad de sus confidencias. ‘Self Control’ y ‘Good Guy’ son testimonios abiertos en formato de balada de una relación que acaba y de otra que no da lugar a comenzar, respectivamente. El cambio de tempo en ‘Nights’ supone el trazo de ese ecuador que fracciona el álbum en dos y que sirve de prólogo para los capítulos sombríos y oscuros de éste. Nos empuja a meternos de pleno en la noche, donde sus reflexiones se tornan algo más autodestructivas y menos entusiastas. Volvemos a verle teorizar sobre la soledad que se siente desde la atalaya del éxito en ‘Solo (Reprise)’ junto a Andre 3000, para posteriormente enfatizar la noctívaga brisa que sopla en este tramo del álbum con un episodio caótico y experimental para ‘Pretty Sweet’ de la mano del productor francés SebastiAn (y su peculiar historia con las peticiones de amistad en Facebook). Después de la tormenta siempre amaina, y después de estos trémulos pasajes llega una calma introspectiva que culmina con dos de las piezas más notables, no solo del disco, sino del propio repertorio de Frank. ‘White Ferrari’ es la perfecta figura retórica de aquello que idealizamos después de perder y ‘Godspeed’ es simplemente la manera más bonita de decir adiós.

Entre los ya mencionados, Ocean consigue congregar tímidamente una apabullante e inacabable lista de talentos que aparecen y desaparecen tras rascar a conciencia en las profundidades de los créditos de cada pista. Vemos por tanto una producción y un surtido de arreglos y samples en manos de figuras tan destacables como Rostam, Alex G, Pharrell Williams, Jon Brion, Christophe Chassol, Jonny Greenwood, Francis Starlite, James Blake -y hasta el padre del mismo Blake, James Litherland. Entre muchos otros, hay voces que ocupan una presencia indirecta en el álbum pero que se puede sentir de manera total y plena. Sin Stevie Wonder, los Beatles, los Beach Boys, o los Gang of Four ‘Blonde’ no sonaría igual. Y es que las referencias que inundan y copan cada compás del disco fortalecen de manera progresiva nuestro convencimiento de que Ocean es único a la hora de tender puentes entre la escena del R&B más clásico y el Neo-Soul. Con una sencillez naif pero enormemente preocupado por cuidar los matices, el cantante nos ofrece un desfile de conceptos que hasta ahora eran prácticamente inauditos en la música urbana: enfrentarse a las masculinidades tóxicas, lidiar con las rupturas y los traumas emocionales desde un plano alternativo, o encarar la soledad con la perspectiva que te concede la edad. Una personalidad sin igual enfrascada en un incomparable clásico instantáneo que después de un lustro sigue obligándonos a detenernos con admiración en cada uno de sus exquisitos recovecos.

 

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