Redacción: Fran González
Hay vidas que merecen la pena ser contadas y voces ávidas de denuncia que merecen ser escuchadas. La historia detrás del sobrenombre de Bob Pop reúne ambas. ‘Maricón Perdido’ es un ejercicio de valentía que juega entre la auto-ficción y el costumbrismo desgarrador, y que entre notas de humor helado, desempeña un papel terapéutico propio y ajeno.
Un homenaje a Evita Perón como carta de presentación sienta las bases de la mixtura de imaginaciones y confesiones liberadoras que veremos a través de los seis episodios que comprenden la serie creada por Roberto Enríquez para el canal TNT. Alguien a quien “lo que le gusta es hacer de todo una novela” y que ha firmado con estrella y acierto uno de los estrenos más necesarios y aclamados de la ficción española del presente año.
Con su característica narrativa, elegante y mordaz, nos sumerge en un relato donde los recuerdos se suceden e intercalan entre saltos temporales y memorias sobredimensionadas. Un candoroso Roberto deja paso a un apetente Bob (y viceversa), mostrándonos las diferentes caras de una misma vida y sus consiguientes batallas personales.
Sería fácil destacar los múltiples rostros conocidos que desfilan por el reparto, otorgando al elenco del proyecto una nombradía suficiente como para reclamar nuestra atención. Pero sería faltar a la verdad si no aplaudiéramos con la devoción merecida la manera en la que Gabriel Sánchez y Carlos González se adueñan de la pantalla en cada plano y en cada línea. Las dos versiones pertinentes del protagonista, que entre pisos piloto, saunas, identidades camaleónicas y ensoñaciones de corte pop desenvuelven con delicadeza las capas de una personalidad oprimida, compleja, e inconformista. El sobrecogedor trabajo actoral de ambos consigue extraer con puntería y éxito las trazas más definitorias del auténtico Bob y de sus diferentes fases vitales. De los golpes a la curiosidad, del remordimiento al hedonismo, y de la cautela a la liberación.
Entre tanto derroche de talento novel, hay hueco también para la experiencia interpretativa, pues es en Miguel Rellán y Candela Peña en quienes recae la responsabilidad de encarnar los diferentes ángulos del afecto familiar que rodearán al protagonista durante gran parte de su juventud. Encargados de ofrecer algunas de las escenas más crudas y sentimentales de la serie, ya sea a través de esa ternura confidente con la que los ojos del joven Roberto miran a su abuelo o los esperpénticos monólogos de una madre que a su manera también esconde un grito de auxilio, son sin duda dos razones de peso que acreditan nuevamente la valía y el éxito de la serie.
Un turbador Carlos Bardem en semi-off remata la fórmula poniéndose en la piel de una terrorífica figura paterna, que únicamente hará aparición para corroborar y fundamentar los miedos, complejos y obsesiones que agitarán al protagonista desde sus primeros conatos de consciencia.
Entre alegorías confidentes, esfuerzos titánicos por ser querido, destierros culpabilizados, la búsqueda de un lugar propio que no llega, coqueteos con la propia autodestrucción y el levantamiento de una carrera basada en la pasión por las letras, sobrevuela el fantasma de la esclerosis múltiple. Una prueba más que pondrá a examen la capacidad de reinvención del protagonista, quien en un nuevo acto de ejemplarizante actitud vital, otorgará un segundo plano a la enfermedad en esta historia.
Cuánto hay de ficción y cuánto hay de realidad en ‘Maricón Perdido’ es algo que nunca sabremos a ciencia exacta. De lo que sí estamos seguros es que a nosotros tampoco nos gustan las historias en las que el diferente acaba mal, y ante los últimos compases de la serie, donde su crónica se desvanece entre las punzantes letras de Christina Rosenvinge, las reflexiones de Pedro Almodóvar sobre el dolor y las huellas carmesí del olvido, tan solo podemos dar gracias por haber asistido a la historia de una vida.
