Redacción: Fran González
Si sumergimos en un caldo de cultivo ingredientes tales como el aislamiento social, los miedos invisibles, los entornos seguros que se tornan hostiles, la obsesiva cuenta de los días o el brutal proceso de decir adiós, quizás el resultado obtenido no nos suene tan lejano como a priori podría parecer. Con mucho doble sentido y a caballo entre lo psicológico y lo fantástico, el director David Casademunt nos adentra en su obra prima, El Páramo, donde a través de tonos ocres y lúgubres que parecen sacados del tenebrismo de Caravaggio nos presenta la historia de una familia que decide distanciarse de la guerra y el drama que asolan el país durante el siglo XIX. Encerrados en su paralela y particular parcela de tranquilidad y rutina, Lucía (Inma Cuesta), Salvador (Roberto Álamo) y Diego (Asier Flores) comienzan a sufrir y presenciar diversos sucesos que pondrán en jaque esa tensa seguridad en la que viven inmersos.
Contra todo pronóstico, el cineasta catalán logra que una película ambientada en un tétrico y desdichado siglo XIX termine sonándonos familiar y hasta podamos empatizar de pleno con la turbia conversión de sus personajes. Y es que, a sus 37 años y tras haber cosechado más de setenta premios con sus trabajos previos (entre los que se encuentran cortometrajes, videoclips o spots publicitarios), el director graduado por la ESCAC ha encontrado las herramientas fértiles e idóneas para dar el salto al largometraje que siempre había parecido tener en mente. Tras su proyección en el Festival de Sitges y su posterior estreno en Netflix, David Casademunt apunta alto con un primer trabajo de larga duración que logra removernos, inquietarnos y, por supuesto, hacernos reflexionar.
Estoy muy satisfecho, sí. Para un artista novel levantar su primer proyecto siempre es muy costoso. Con decirte que entre el primer día que escribimos una palabra del guión y el primer día de rodaje pasaron seis años y medio, imagínate. Pero poco a poco y gracias a que tus aliados comienzan a sumarse al proyecto, tú también empiezas a ponerle el hilo a la aguja y llega un día en el que concretas toda esa abstracción, dando como resultado una colaboración preciosa entre más de cien personas. Como director lo que debes hacer es saber transmitir a todos los creativos, técnicos, productores y actores tu visión, pero que también todas estas personas involucradas añadan algo. Al final, ésa es la gracia del cine.
Muchísimo. Para mí ha sido un auténtico privilegio haber contado con los medios que hemos tenido para una ópera prima, algo que no es muy habitual para una primera película aquí, en España. Tengo la sensación de que gracias a Rodar y Rodar y a Netflix la película ha terminado teniendo un acabado que luce muy bien, y del que estoy personalmente bastante orgulloso.
“El Páramo” puede parecer desde fuera un proyecto trampa, ya que al tratarse de un relato que sucede en una sola localización y con tan pocos personajes, podría llevar al equívoco de pensar que se trata de una película sencilla y barata de hacer. Pero todo lo contrario, a pesar de la sencillez de su historia, lo que sucede en ésta requiere de medios para que lo que sucede sea creíble. Hay efectos meteorológicos y visuales muy potentes, por ejemplo, y para llegar a esa forma final de la película ésta requería ser tratada con mimo. Y en el cine, tratar con mimo equivale a invertir en recursos. Me alivió mucho cuando Rodar y Rodar y Netflix entendieron esto y pusieron las ayudas necesarias para que la película luciera como debía lucir.
Con el cine de terror siempre he tenido una relación muy peculiar, y es que de pequeño siempre he sido muy miedica. Muchas veces tenía que dormir con mis padres después de haber visto una de esas películas, y además a mi padre le encantaba ponérmelas. El muy sádico (risas). Hubo películas como “El Exorcista”, que no he podido volver a ver desde los 13 años, que me hirieron la sensibilidad de sobremanera. Pero al mismo tiempo también sentía hacia al cine de terror una curiosa atracción que soy incapaz de intelectualizar o de explicar, como algo muy visceral, y aún a sabiendas de que lo pasaba mal, acababa siendo yo mismo el que le pedía a mis padres que me pusieran dichas pelis.
Exacto. Y por otro lado, lo de hacer un film de corte histórico tiene su explicación en que “Braveheart” es una de mis pelis favoritas. La vi con 11 años y me voló la cabeza. Y ese mismo verano de 2014, cuando empezamos a elaborar las ideas de “El Páramo”, la encontré de casualidad en la televisión y pensé “mi primera película tiene que ser fiel a todo lo que me gusta, al cine que más me apasiona y al cine que me acabó llevando a tener una carrera en esto”. Y después de decir esto, seguramente mucha gente va a comenzar a ver ciertos paralelismos entre el imaginario visual de “El Páramo” y “Braveheart”, desde la propia cabaña, la indumentaria, el atrezzo…
Como bien dices, la película nació mucho antes de que pudiéramos ni tan siquiera imaginar que viviríamos una pandemia mundial. Sin embargo, ha habido esta infeliz casualidad de haber rodado una historia sobre gente aislada precisamente mientras todo esto estaba sucediendo. Lo realmente curioso es que diseñé los stories de la película durante el primer gran confinamiento de marzo de 2020, y personalmente me gustaría creer que el haber elaborado los diseños de una película sobre gente que vive confinada mientras yo lo estaba ha contribuido a que esas sensaciones se puedan sentir y leer en el resultado final de la película.
Personalmente, y por desgracia, llevo viendo a la bestia desde hace más de media vida, intentando darle la espalda y seguir adelante. Mi bestia nació cuando yo tenía quince años y mi padre enfermó de cáncer. Experimentar su degradación, mental y física, hasta el momento en el que falleció, me hizo pasar de niño a adulto de golpe. Y la gestión de esa bestia, que aparece y desaparece en función del momento personal que estás viviendo, es el tema principal de esta película. Es extraño y bello al mismo tiempo ver cómo el cine te permite hablar de cosas que tenemos tan adentro, a través de lecturas tan lejanas a nuestra realidad y con códigos fantásticos o paranormales. Es precioso que el cine nos permita hacer eso.
A la hora de investigar sobre qué contexto era el más idóneo para el film, dimos con el siglo XIX porque nos pareció un periodo de lo más interesante de nuestra historia. Si bien hubo luces, con un cierto progreso incipiente, también hubo mucha oscuridad, con conflictos bélicos y una monarquía absolutista terrible de Fernando VII. Fue también el siglo en el que Goya se exilió, fruto del hastío que sentía ante una España atroz. Sin embargo, también es cierto que el contexto histórico se menciona tan solo con un ligero y breve apunte en el inicio del largometraje, permitiendo así que el espectador dibuje también su manera de concebir el entorno y el marco en el que transcurre la historia sin dar demasiados datos.
La historia comienza en un punto muy concreto de la vida de Diego, quien se haya en un momento muy iniciático de su vida, pues aún sigue siendo un niño. Pero los padres se hayan en un punto tardío de su relación, habiendo vivido mucho antes de llegar al momento en el que la película arranca. A pesar de que ello no se cuente como tal, en la propia película hay pistas para comprender esas vivencias que estos han experimentado en el pasado y que condicionan su presente.
Para afrontar el historial que sus personajes llevan a las espaldas, elaboramos para ellos un documento en el que se narraba cómo habían experimentado Lucía y Salvador (los padres) los treinta años previos a la época en la que transcurre la película, con hechos vitales de los personajes conectados con hechos históricos reales. Siempre que hablo de esto, menciono que con todo el background de Lucía y Salvador podríamos tener ya perfectamente una segunda película escrita. Fue realmente interesante confeccionar todo este entramado y además ayudó mucho a que Inma y Roberto comenzasen la película creyéndose sus personajes.
Cuando tienes la suerte de poder rodar con unos actores tan potentes, la dirección no tiene mérito (risas). Es cierto, son buenísimos. A parte de sus cualidades interpretativas inherentes, tienen un instinto brutal sobre lo que funciona o no funciona y hacen que el diálogo con ellos durante el rodaje sea muy fructífero. Me fascinaba ver cómo leían e interpretaban las escenas, e incluso llegaban a aportar matices que yo mismo, que llevaba siete años con este guión entre manos, no había sido capaz de ver hasta ese momento. Fue una maravilla.
No sabes lo aterrado que estaba pocos días antes de rodar. Había a nuestro alrededor diversos factores que estaban fuera de nuestro alcance. El virus, sin ir más lejos, o el propio temporal por Filomena, que retrasó la construcción de los decorados durante varios días. Y por si fuera poco, añadimos el trabajar con animales. Invadidos por la duda sobre cómo sería lograr los resultados deseados, llegamos incluso a valorar la idea de elaborar algunos de estos animales con 3D. Pero sí que es cierto que debo reconocer que fuimos tocados por una varita mágica y todos los planos con animales salieron sorprendentemente a la primera.
Me preocupaba mucho el hecho de que Asier pudiera llevar sobre su espalda un rodaje tan intenso. El personaje de Diego sale prácticamente en un 90% de los planos, y si seis semanas y media de rodaje son duras para un adulto, imagínate para un niño. Hubo todo un dispositivo por parte de producción para cuidar de él y además tuvimos mucha suerte de que los padres se volcaron mucho y nos ayudaron. Pero pese a todo, el propio Asier respondió como un auténtico profesional.
Asier tiene algo muy puro, y es que tiene mucha verdad. Todo lo que hace, lo hace de verdad. Y sabe escuchar, que es algo importantísimo para un actor. Recuerdo una de las primeras escenas que rodamos, en la que Diego (Asier) debía escuchar atentamente un relato que Salvador (Roberto Álamo) le contaba, y la manera en la que Asier fue capaz de demostrar sus dotes de escucha activa fueron muy emocionantes. Cuando acabó la primera toma del ensayo, Roberto miró a Asier y le dijo: “Tienes un gran futuro por delante”. Por supuesto, hubo momentos difíciles durante el rodaje, pero él estuvo siempre a la altura. Y estoy muy contento de que hasta ahora lo que más esté destacando la gente de la película sea la interpretación de Asier.
No te negaré que siento a Diego como un alter ego. Conecto mucho con esa relación tan pura e inocente que Diego tiene con su madre, por ejemplo, donde hay hasta amistad entre ellos. Cómo se miran, cómo juegan, cómo se tocan. Es realmente cómo interactuaba yo con mi madre cuando era pequeño. Y desde luego, en lo personal conecto de manera directa con ese viaje que él vive, ese salto abrupto al mundo adulto y en el que termina dándose cuenta de que debe madurar para que su hogar no se destruya.
Muy buena pregunta, pero no te la voy a responder (risas). Es una pregunta que lanzamos a todos los espectadores con ese final tan abierto y en el que todas las respuestas son totalmente válidas. Personalmente, me gustaría que cada espectador elaborase en su imaginación la respuesta que cada uno crea. Yo más o menos la tengo claro… pero me la guardo.
A mí me dices que ahora en 2022 vuelvo a pasar por la montaña rusa que es hacer una peli, y te pregunto que dónde hay que firmar, porque me muero de ganas por repetir, sinceramente. Ha sido un año difícil pero apasionante. No he descansado ni un día, y cuando tenía libre lo dedicaba a revisar lo que llevaba hecho y a organizar lo siguiente.
Así es. Esto me apasiona desde pequeñito, y de hecho ya estoy inmerso en la preparación de cuatro guiones más con Martí (Lucas) y Fran (Menchón), que son los co-guionistas de “El Páramo”. Estamos a tope y queremos aprovechar la buena acogida del film. Cuanto más cine, mejor. Porque el cine es vida.