Redacción: Noemí Valle Fernández
PUTA (G.O.Z.Z. Records) es sin duda alguna el disco del año. Es inflamable, visceral, taquicárdico, un proyecto en el que Zahara (Úbeda, 1983) vomita todos los traumas que la han acompañado desde niña, desde el primer encontronazo con la palabra “puta”, desde la primera vez que la atan y la reducen a esas cuatro letras.
PUTA órbita alrededor de la ira y la redención, es una historia de maltratos y abusos a manos de los hombres, una exposición pública de una herida profunda que la artista embalsama, canción a canción, que te incomoda y te atrapa en un bucle incontrolable de emociones. Un llanto de liberación que encima del escenario explota y se desborda por completo, porque como explica la cantautora: “forma parte la catarsis que supone haber hecho este álbum”.
Sí que es casualidad, (ríe). Cuando yo empecé con Santa, sí que había intención de hacer una trilogía. Con Santa no buscaba reivindicar nada en ese momento, sino que era más bien un adjetivo que me gustaba y veía que había una conexión entre mis canciones y todas estas imágenes religiosas. Lo que pasa es que todavía había un exceso de pudor o quería evitar hacer daño, porque una parte de mi familia es muy religiosa y no quería que lo de “santa”, o las metáforas religiosas ofendieran. Más bien para mí lo que significaba eran cosas que yo vivía, que estaban ahí en mi cabeza, que sentía y que estaban en mi imaginario y que las plasmaba a la hora de hacer canciones.
Es cuanto hago Astronauta, que en principio se iba a llamar Melodrama, es cuando decido que sí que van a estar unidas, que va a haber esta conexión entre el primer, el segundo y el tercer disco. Fíjate, cuando decido llamarlo Puta, ni siquiera veo eso que dices tú y que tantas veces se ha dicho: “ni santas, ni putas”, sino que ha sido mucho más a posteriori. Yo estaba tan obcecada en lo que Puta significaba por sí mismo y en el viaje descendente, del plano celestial, al interestelar y al terrenal que no veía tanto esa conexión.
La religión ha sido un personaje en mi vida, en este relato. Me he dado cuenta a lo largo de los años y sobre todo estos últimos con la terapia. He intentado enfrentarme a mis propios traumas, a mis dolores, a mis conflictos y he conseguido colocar la mayoría en lugares donde he podido aprender a lidiar con ellos. Pero la religión creo que es mi cuenta pendiente, porque para mí, no es lo que para mi padre puede ser o lo que para otras personas. La interpretación que se ha hecho de los textos a lo largo de la historia y cómo a mí se me ha aplicado, cómo la religión ha tenido tanta influencia sobre mí y sobre todo cuando era pequeña, ha condicionado y ha afectado al resto de cosas que me han pasado. Cuando era una niña y estaban abusando de mí le pedía a Dios que no lo hicieran y él no intercedía, entonces sentía que era mi culpa, que me lo merecía. En ese sentido es muy complicado desprenderse de la culpa judeocristiana.
“Cuando era una niña y estaban abusando de mí le pedía a Dios que no lo hicieran y él no intercedía, entonces sentía que era mi culpa, que me lo merecía”
¡Claro!, es que yo creo que es como “maricón”, que tenemos que coger eso con lo que nos han intentado herir o humillar y ponerlo en otro sitio de fortaleza, pero no porque ahora sea una palabra de la que me sienta orgullosa, o me haga gracia, o la pueda ni siquiera reivindicar, sino que es una palabra que al usarla yo, la desbloqueo.
Tengo amigos gays y uno me llama “maricona” y yo le llamo a él “maricón” y todo está bien, no tiene ningún tipo de agresividad, es coloquial, es afectivo, es en un entorno de amor donde nos lo decimos, pero estoy totalmente segura de que si a este amigo mío le paran por la calle y le gritan “maricón”, no le va a hacer gracia. Es como si a mí me siguen llamando “puta” por la calle, no es magia, no te apropias de la palabra y desaparece, porque sobre todo la gente que quiere hacerte daño la sigue usando para herirte, para humillarte, para empequeñecerte.
El hecho de que esta banda me acompañe durante todas las fotos del disco es porque busco eso que comentabas, que se pueda ver el efecto que tienen las palabras sobre las personas. Que no es que tú llamas “puta” a alguien y ya está, sino que cada vez que una mujer sabe que la están llamando puta, le afecta en todas las facetas de su vida, le afecta hasta cuando está sola, cuando se relaciona con un chico o una chica, cuando descubre su sexualidad, le afecta con todo.
Pues muy muy muy fuerte. A día de hoy creo que es lo que más me emociona de manera genuina. Hablar de lo mío me cuesta quizás menos y de alguna forma ya no me pone triste o me hace sentir mal, sino todo lo contrario, estoy en un lugar de tranquilidad con eso. Cuando escucho otros relatos de otras mujeres es cuando de verdad me emociona. Con Merichane aparecieron mogollón de historias de empatía y sobre todo de relatos muy similares al mío. Fue muy emocionante y a la vez también muy indignante ver que callamos durante tantos años, que lo mío no es un hecho aislado. Que cuente esto no es algo anecdótico, sino un ejemplo de tantísimos cientos de miles de millones de ejemplos que suceden en el día a día en el mundo.
A lo largo de toda mi carrera como mujer me he encontrado y he tenido que enfrentarme a ese paternalismo. Cuando intentas trabajar en un mundo de hombres a veces tienes la sensación de que la única manera de la que vas a conseguir hacerte un hueco es comportándote como uno de ellos, y eso es terrible.
Una de las cosas que más me hería de ese paternalismo era que cuando me hacían una broma que era evidentemente machista, sexual o agresiva, yo no tenía herramientas para reaccionar. Yo no sabía cómo pararles los pies, no sabía cómo decirles “vaya broma de mierda acabas de hacerme cerdo machista”, que es lo que ahora, no sé si sería capaz de decir, pero lo veo super claro. En esos momentos sentía que lo único que podía hacer era reírles las gracias, participar en ese garrulismo de machos, intentando ser yo también eso, y a la par aceptando que, aunque yo no lo pensara, ellos mandaban y me iban a decir todo lo que tenía que hacer.
Es verdad que a mí no me interesa el proceso de los grandes sellos o multinacionales porque al final, la manera en la que yo trabajo es muy creativa, muy libre, de mucha implicación emocional y económica y entiendo que a un sello grande que busca la rentabilidad inmediata de su producto, no le compensa todo el esfuerzo que hay que hacer conmigo. En ese sentido yo estoy super feliz de hacerlo por mi cuenta, de gestionar mi carrera, de tomar mis propias decisiones, de invertir mi propio dinero, de dedicarle todas las horas que estoy despierta incluso soñando, (ríe). Sueño con esto, ya no solo con hacer las canciones, sino con cómo las vamos a comunicar, cómo las vamos a presentar.
Cuando hice Santa estaba yo sola y mi mánager echándome una mano, y en este disco tengo un equipo bastante más grande, teniendo en cuenta lo que era antes. Ahora está Guillermo Guerrero que es el realizador de los vídeos y la primera persona que imagina la banda de puta, esa creatividad fue suya. Emilio Llorente que no trabaja para mi sello, pero sí que se involucra en mis discos como si fuera parte de esto. Luego está Sonia Martínez en marketing, que siempre está a mi lado, aunque no esté en plantilla, e incluso Martí Perarnau que es el productor del disco, de alguna manera también está implicado en el desarrollo artístico.
Para mí tener un equipo muy pequeñito, pero de personas que me entienden, que me comprenden, que me admiran, que me respetan, es fundamental, porque todo el rato me siento con la libertad de poder proponer, aunque sea una idea de mierda, porque no se va a juzgar, sino que de esa idea, aunque sea chunga, van a desarrollarse otras ideas. Trabajamos también con mucho tiempo, cosa que a veces en los grandes sellos no pasa y la verdad es que yo he encontrado mi modelo de trabajo ideal.
Está siendo flipante, muy emocionante, sobre todo porque es un concierto técnicamente muy complicado. Se tienen que sincronizar todos los elementos y en ese sentido ha sido tan difícil de desarrollar que en los primeros conciertos, yo tenía la sensación de estar tan concentrada en el desarrollo técnico y artístico que había un bloqueo o una contención emocional, como una protección, porque tenía miedo que se desbordara. Ahora está pasando que se está desbordando, (ríe), y hay conciertos en los que me tiro diez minutos llorando encima del escenario y es maravilloso, forma parte la catarsis que supone haber hecho este álbum. No es un llanto de tristeza, es un llanto de liberación, me produce muchísimo placer. No estoy llorando porque recuerdo las cosas y eso me hace sentirme triste, lloro justo en el momento en el que canto Taylor, luego Negronis y martinis y luego Guerra y paz.
Vengo de Taylor de un momento en el que hablo al público de esta canción que explica el vacío que he sentido precisamente por no estar tocando y soy plenamente consciente de que estoy cantando este tema, de que estoy viviendo eso y me conmueve muchísimo, porque intento sentirlo todo y no dejarme nada. Entonces cuando llego a Negronis y martinis, estoy super emocionada y cuando entra Martí y hacemos Guerra y paz y me mira con esa cara de admiración, de super amor y de “todo está bien”, empiezo a llorar. Lloro mocos, (ríe). No es la lagrimita, el ojo vidrioso, no. En Madrid fue tal llorera que tuve que parar. Es muy bonito porque la gente lo ve y aplaude y entonces entro en un bucle que no puedo salir, (ríe). Me quedo atrapadísima.
Sí, totalmente. Cuando yo hago Taylor ese amor que recibo del público está compensando el que no siento por mí. Ahora lo veo desde un lugar precioso, ya no hago esto porque lo necesite, porque sin ese aplauso la vida no tiene sentido, que es lo que me pasó en el confinamiento, sino que estoy muy bien como estoy, pero encima de un escenario estoy mucho mejor, (ríe). Esta sensación sigue siendo brutal, no tiene que existir para compensar nada, es maravillosa sola por sí misma. Sentirlo así es super potente, es muy bonito.
Se tiende a romantizar como un mecanismo de supervivencia, porque te pasan una serie de cosas que hay veces que tienes que dar las gracias por buscarle un sentido. Piensas: “si no, ¿por qué me ha pasado esto?” Muchas veces creo que el mecanismo más instintivo es agradecer: “gracias a todo esto ahora soy una persona mucho más fuerte”. Creo que ese pensamiento es muy peligroso, porque tapa para mí el más fundamental, que es el contrario, el: “yo soy fuerte a pesar de esta desgracia que me ha sucedido, que me ha obligado a enfrentarme a una serie de situaciones innecesarias, pero que he conseguido superar gracias a la educación que he tenido, al amor de mis padres, al apoyo de mi terapeuta, a mi propia fortaleza, pero desde luego no soy mejor gracias a esos hijos del mal que me han tratado y me han hecho sentir como una mierda”. Agradecerles a los maltratadores el daño, porque gracias a ellos somos mejores, es un error.
Va todo junto. A la hora de hacer las canciones de este disco, como es un proceso en sí mismo, no tengo la sensación en ningún momento mientras lo compongo de que me cueste nada. Me cuesta la parte artística, las melodías, la armonía, la estructura, encajar cosas, cambiar la manera de cantar, pero no me cuesta escribirlo, no me cuesta sacar eso. Yo estoy haciendo Canción de muerte y salvación y no pienso: “guau, lo que estoy diciendo”, sino: “menos mal que lo estoy soltando”. Reconocer mis propios fallos tampoco es algo que me cueste, porque forma parte de lo mismo, de hecho, que Flotante empiece pidiendo perdón, es un reflejo de mi personalidad. No soy capaz de tirar la piedra a nadie si antes no me la he tirado a mí misma.
¡Me encanta! Estuve el otro día con Kase.O, que vino a verme a mi concierto en Zaragoza y le dije: “mira, menos mal que no sabía que estabas, porque no me habría atrevido”. Es muy guay porque lo que yo hago, ese spoken word, es un acercamiento a un género que me fascina que es el rap. Me encantaría llegar a rapear como Kendrick Lamar, (ríe).
Al escuchar a Kae Tempest se me abrió un mundo entero de posibilidades, porque para mí solo podíamos cantar melódicamente o rapear, y ahí había muchas opciones, algo intermedio, una manera de recitar, de expresar lo tuyo sin buscar todo el rato la rima o sin todo eso que para mí suponía el rap, que era más agresivo o más encajado métricamente en ese flow. Veía en el spoken word algo que se acercaba más a quién yo era. Una vez que lo descubro empiezo a engorilarme y la primera canción que hago es Ramona, la siguiente es Canción de muerte y salvación, pero cuando llego a Joker estoy escuchando a raperos que lo hacen muy rápido y que es un poco a lo que quiero parecerme. Ha sido la puerta a un mundo del que quiero aprender y explorar.
Me decía Kase.O: “cuando rapeas te das cuenta de que puedes decirlo todo y ya no te quieres callar ¿eh?”, (ríe). Ahora es maravilloso han aparecido ochocientas mil canciones nuevas en mi vida.
Era algo que sentía que el álbum necesitaba, al margen de que es un estilo de música que me flipa. Yo escucho a Robyn, Dua Lipa, Georgia, Troye Sivan, Miley Cyrus, y ya tenía bastante integrado este género en la música que consumo, que me gusta, que disfruto. Es verdad que el disco estaba teniendo un carácter tan intenso y tan agresivo que a mí me producía dolor escucharlo, así que decidimos componer musicalmente Martí y yo y letristicamente Guille y yo esta canción, buscando precisamente aliviar un poco toda esa carga. Acaba Sansa y luego entra Ramona y piensas: “pero bueno señora, cállese. No lo soporto”, (ríe). Berlín U5 era necesaria.
Esta fue la canción que más trabajo me ha costado componer de todo el disco, porque es la que ha sido más deliberada. Había una estructura, unas normas del género de ese pop electrónico, del concepto crying dancing, de estar llorando en la pista de baile y fue super divertida de hacer, pero muy complicada también. Ahora me alegra ver que funciona tan bien.
Sí, claro. Esta copla tenía que tener un nombre de mujer y al final de quién estoy hablando es de una mujer que es una metáfora de la historia de la copla en sí misma. Todo lo que le pasa a esta Dolores es lo que le pasaba a la copla. Buscábamos un nombre y aquí el mérito es una vez más de Guille Guerrero, porque fue él quien me dijo: “sabes que esta canción se llama Dolores”, (ríe). De hecho, mi tía se llama Dolores y pensé: “mira hijo mío, que buena idea, a mí no se me había ocurrido y lo tenía aquí delante”. El mérito es suyo.
Fue precioso. Al final esta es la única canción amable, a pesar de tener una letra muy dura también. Es amable porque estoy hablando de la belleza de mi infancia, de algo que para mí era súper importante que eran mis abuelas, una cantándome y la otra tocándome el piano. Fue muy bonito porque mi familia es maravillosa, hicieron todo lo que les pedí.
En la escena final cuando estoy en esta taberna y les estoy cantando a esas mujeres, todas ellas son parte de mi vida de verdad. Paqui, que trabaja en una farmacia y que viene a mis conciertos desde que soy adolescente y que me ha tratado siempre con mucha admiración y cariño. Está Esperanza, que es una de las mejores amigas de mi madre, que me crió cuando era una niña y comíamos en su casa, en su patio. Está mi prima Raquel, que es también la que aparece tocando el piano, un piano que era de mi abuela Catalina. Todo conecta de alguna manera para mí y después de todo el dolor que hay en este disco, creo que acabar de esta manera era necesario.
No lo sé. Creo que la acompañaría, que no le soltaría la mano y creo que me gustaría hacerla sentir que no está sola, que siempre puede contar conmigo, que es como decirle que siempre podrá contar con ella misma. Eso la María Zahara de 12 años no lo sabía. Me habría gustado haber sabido eso, que aunque pareciera que estaba sola, tenía lo más importante, me tenía a mí misma, pero no lo sabía.