Redacción: Noemí Valle Fernández
La sala Copérnico adelantó el fin de año para celebrarlo junto a Veintiuno el pasado sábado 18 de diciembre. Fue una de esas veladas que al igual que cualquier Nochevieja vienen cargadas de un sinfín de expectativas, de preparativos y espumillones colándose entre el decorado habitual. Unas horas que una sabe, incluso antes de que arranquen, que vienen para quedarse en el fondo de la retina.
Las luces se volvieron tenues y Diego, (voz, guitarra y teclados), Yago (bajo), Pepe, (batería y percusión) y Rafa (guitarra), subieron al escenario vestidos de gala para empezar la fiesta con mi Monstruo y yo, una canción con la que el público demostró ya en las primeras estrofas que se iba a dejar la voz en esa sala.
Los acordes de su último disco resonaban por todo el local, mientras las letras de Corazonada se enganchaban al estómago de todos los presentes que no dejaban de gritar los himnos del grupo toledano mientras sonreían a sus colegas, a sus parejas, a su familia. Es en esos instantes cuando una tiene un momento de revelación. Creo que no existe un acto de amor más bello que compartir una mirada cómplice en el estribillo de una canción, repetir una frase como un mantra, sin apartar la mirada del otro y reventar la escena con un abrazo.
La noche avanzaba a la par que los temas de Veintiuno, entonces Alberto Jiménez, vocalista de Miss Caffeina, irrumpió en el escenario para cantar Pirotecnia junto a la banda. Un “instante perfecto”, en el que los cuerpos no aguantaron quietos ni un minuto porque las grandes canciones hay que cantarlas con todo el tronco, hay que bailarlas, sacudirlas, manosearlas, hay que hacerlas nuestras como sea.
Los temas lacrimógenos también se sumaron al baile. Lluéveme un río y el último lanzamiento del grupo, La llorería, llegaron para recordarnos que “hay poesía en perder el control”, aunque el momento estrella de la noche fue cuando las luces de los móviles iluminaron el escenario y sonaron los primeros acordes de Desvelo. Todo un local entero coreando desde la pista frases feroces y vibrantes: “Te he visto dentro y tú brillabas más”. Soy incapaz de cantarla sin cerrar los ojos.
El tiempo corría a una velocidad vertiginosa, un claro síntoma de la euforia colectiva que se respiraba entre aquellas paredes, por eso cuándo Héctor de Miguel apareció sobre las tablas cantando junto a Diego Arroyo: “He conocido alguien que me hincha el pecho. Me hace fluir como la miel y desearía hacerlo bien. Hacerlo bien por una vez”, dio otro giro inesperado a la noche. Poco importaba el desafine en Cabezabajo porque todo radicaba en poder expulsar letra por letra una movida tan bestia como es el amor, por eso la noche tuvo que sellarla Dopamina, porque seguimos necesitando gritar como si lo fuesen a prohibir aquello de: “tal vez nos mate, pero sabe a pura vida”. Nos fuimos afónicos, pero con el corazón ardiendo.