Redacción: Felipe Martínez
Después de que De Palmas y Cacería viese la luz en 2013, llegó un momento en el que dejó de ser fácil encontrar a Pony Bravo en directo, siendo casi una sorpresa cuando aparecían en algún festival o sala. Otros proyectos paralelos como Fiera o las colaboraciones con El Niño de Elche y Los Voluble o Raúl Cantizano han sido la principal causa de ello. También han sido la principal causa de un soplo de aire fresco para Pony Bravo.
Ayer encontramos un set distinto, con una mayor participación de las cajas de ritmos, los sintetizadores, los ritmos pregrabados y, sobre todo, con la incorporación de Raúl Pérez, dueño de La Mina, estudio donde han grabado su nuevo álbum, y quien los acompañará en el escenario a partir de ahora. El que apunta a mayor culpable de este cambio es Darío del Moral, quien se suele situar detrás de toda la maraña de cables.
Distinto también el repertorio. No es usual verlos interpretar Pumare-Ho!. Y menos abrir con ella. Más sorprendente aún fue cómo su esencia dub desembocó en una versión de En el lago, de Triana. Un comienzo tan inesperado como brillante. A partir de ahí, llegó una retahíla de clásicos sin sobresaltos: Noche de setas, El político neoliberal y El Rayo.
Por supuesto, también hubo momentos de protagonismo para temas aún inéditos del nuevo álbum. Aparte de las ya conocidas Rey Boabdil y Espectro de Jung, dejaron canciones interesantes y pudimos anticipar la línea del nuevo trabajo. Un álbum cuyo sonido evoluciona en una nueva dirección, con más protagonismo de las voces procesadas y de los sintetizadores y menos de la guitarra. Tal vez con una línea más cercana a Un gramo de fe, pero que parece no desechar esa cierta obsesión (que en De Palmas y Cacería dio brillantes resultados) por Estados Unidos, el Pentágono y la Administración Bush.
Aunque no dijeron el nombre de la mayoría de las nuevas canciones, sí que destacó por encima del resto la incorporación del estribillo de Te estoy amando locamente, de Las Grecas, a una de ellas. Tras la retahíla de temas nuevos, antes de desaparecer por unos instantes, dejaron esa versión de las sevillanas de Manolo Caracol rebautizadas como Ninja de fuego, el cántico anti-gentrificación que es Turista ven a Sevilla y el viaje en ácido en el que te imbuye La rave de Dios mientras te remueve por dentro con su martilleante línea de bajo.
Ya en el bis, arrancaron de nuevo con el experimento resultante de mezclar el cante y los ritmos tropicales que es Zambra de Guantánamo y la ya convertida en un himno y satírica Mi DNI. Aunque seguro que más de uno echó en falta canciones como Eurovegas, Cheney o alguna de su primer álbum, como El guarda forestal, Pony Bravo han acertado de lleno en romper de forma tan tajante con lo que han ofrecido este tiempo atrás. Una buena forma de renovarse y seguir avanzando.