Redacción y Fotos: Dani Arrizabalaga
Ambiente de tensa calma el que se respiraba entre el público en un Kafe Antzokia casi lleno. Audiencia que se sabía conocedora de lo que estaba a punto de vivir. Y es que ver a Swans es una experiencia extrema, de polos opuestos.
La banda neoyorkina procedente de la no-wave de los ochenta nos brinda está última oportunidad de verlos en directo, al menos con esta formación, desde su regreso en 2010 a los escenarios. Michael Gira, fundador y cabeza pensante del proyecto, tiene intención de seguir, pero abriendo otras vías, sin tener una banda propia. Así que la ocasión merece la pena en esta primera cita de su gira por la península.
Abrió la noche la particular Baby Dee con su acordeón y la compañía de un guitarra. El dúo desgranó su personal propuesta que transita entre el folk y la experimentación. Su voz, que por momentos recordaba al mítico Tom Waits, se abrió paso entre el constante murmullo de los asistentes, sin mucho éxito, a pesar de los esfuerzos de algún espontáneo pidiendo silencio. Concierto íntimo y cercano para los que estábamos en primeras filas.
Sobre las once de la noche comenzó a sonar la intro que nos ponía en situación. Chris Pravdica (bajo y corazón de Swans), Norman Westberg (guitarra), Paul Wallfisch (Teclados), Christoph Hahn (Lap Steel Guitar), Phil Puleo (Batería) y el propio Gira con su inconfundible voz y guitarra, comenzaron a fundirse en una maraña de acoples y texturas que fueron creciendo hasta desembocar en The Knot, primer tema de su último disco en directo Deliquescence, la caja de Pandora se había abierto.
Después de 30 minutos y un mínimo silencio, retomaron el pulso con Screen Shot y su particular bucle hipnótico. A partir de la mitad del concierto, Gira empezó a sentirse incomodo con sus monitores. Entre gestos de enfado el asunto llegó a su culmen cuando puso los dedos en su sien en forma de pistola y se pego un tiro frustrado por la impotencia. Afortunadamente el tema se resolvió y para cuando estaban desarrollando la mántrica Cloud of Unknowing la liturgia continuó con paso firme.
Y es que ver a Swans es como un proceso meditativo, casi espiritual, donde te puede llevar a los rincones más oscuros de tu mente o llenarte de energía y goce, incomodarte y angustiarte o hacerte sonreír y disfrutar a partes iguales. Todo eso es Swans en directo. Requieren de una introspección, de una preparación, tanto para el publico como para la banda. Es imponente ver al bueno de Gira dirigir con sus brazos a toda su tropa, marcando las intensidades, controlando los desarrollos y lanzando olas de energía hacia el público mientras la tormenta sonora nos peina el flequillo.
En The Man Who Refused to Be Unhappy se acercan a ese sonido noise que practicaban sus contemporáneos Sonic Youth. Después de este corte y pasadas dos horas de descarga, Gira se dirige al publico con un escueto “Thank you”.
The Glowing Man nos sobrecogía con su apabullante grovee entre Puleo y Pravdica mientras Gira, ya sin su guitarra, movía los brazos como en una especie de trance que nos devolvía a la tierra y nos dejaba con una sensación de desorientación pero siendo conscientes de que acabábamos de presenciar algo único.
Ya despojados de la presión a la que nos habían sometido, pudimos ver sonrisas, presentaciones y agradecimientos a los músicos, y saludos hacia el público por parte de Gira, algo que es de agradecer y te ayuda a aterrizar, salir de la sala y volver a tu casa.
No son fáciles, no son para todo el mundo, pero si te gusta ver directos, es algo que deberías experimentar al menos una vez en la vida. 150 minutos de intensidad entre el cielo y el infierno.