Redacción: Alba Pla Molero
Todos mis amigos tienen COVID. Pero empecemos desde el principio.
La emoción de los días previos al viaje casi no me dejaba pensar en otra cosa. Se sobreponían mis ganas de ver ese cartel digno de cantar Bingo a mi miedo a volar. Durante el vuelo de ida me repetía un mantra: “por favor, si se cae el avión que al menos se caiga a la vuelta y no ahora”. Y así y con dos valerianas en el cuerpo llegamos a Málaga a las tres de la tarde, hora perfecta para comer, darnos un baño de media hora, echar la siesta con el aire acondicionado a tope y llegar al primer concierto del jueves en el Canela Party de 2023.
En el escenario Fistro, con el sol imperturbable de las seis y media en la cara comenzaron Los Yolos. Una energía desbordante que no se doblegaba ante el calor inundaba el escenario y a las primeras filas. Los menos valientes buscábamos la sombra de las vallas y el frío de la cerveza. Aunque dentro de los cobardes fuimos los más valientes, puesto que la gente no empezó a llegar al recinto hasta que el sol fue bajando, después del concierto de Pantocrator y sus canciones llenas de experiencias humillantes y cercanas. Lo que más llama la atención de ellas, aparte del humor, es la familiaridad del trato con el público. Y la cantante hizo gala de ello confiándonos al público que el exbatería de su grupo, el cual tocaba al día siguiente con Alavedra, era también su expareja y que le había dicho de llevar a la perrera el perro que habían adoptado en común si no se lo quedaba ella. Al día siguiente aparecieron carteles con #FreeTochete –el nombre de la mascota. La gente se adapta muy rápido.
Confesaré que Karate lo escuché desde la zona de los Food Trucks, ya que se elevaba aún más por encima de los bajos los rugidos de mi estómago. Dejaré algún comentario anónimo de quien sí los vio: “Trazas de post-hardcore y una atmósfera envolvente y, por qué no decirlo, pesada – entiéndase como algo positivo para el género”. Llegué a Noga Erez a mitad del concierto, puesto que había primado el comerme una pizza y descansar un poco, y también porque no me hacía especial ilusión. Al llegar me di cuenta de lo que me habría perdido de haberme quedado en la zona de césped artificial. Me acerqué a las primeras filas como una polilla a la luz. Fue una grata sorpresa. La artista israelí dio un directo apasionante y cargado de electricidad, con unos músicos a la altura de los mejores escenarios. Hacía muy participe al público de la experiencia, chivándonos a los que no conocíamos los temas los estribillos para que también pudiéramos gritar y saltar con ella. No faltaron aquí tampoco los carteles, pero con un poco más de carga política que los dedicados al perro de la cantante de Pantocrator. Los carteles en apoyo a Palestina duraron poco, puesto que la seguridad del festival decidió retirarlos.
Luego vino el cuarteto inglés: Dry Cleaning, Black Midi, Shame y Squid, con toda la potencia de una Inglaterra enfadada y decepcionada. Se les ha denominado “post-punk”, pero creo que esto lleva a pensar más en sus predecesores de género y no les llega a hacer justicia, aunque efectivamente están muy influenciados por grupos como The Fall o Slint, pero son otra cosa. “La nueva ola post-brexit”, “art-punk” o, incluso el cómico “post-post-punk” han sido otras formas de llamarlos. Sea como sea, varios grupos de esta escena de ingleses enfadados dieron los mejores conciertos del Canela Party 2023.
Dry Cleaning fueron los primeros, y también los más flojos. La actitud desganada de Florence Shaw que lleva con tanto carisma en videoclips y en el estudio le juega, a mi parecer, una mala pasada en el directo, pues se me hizo difícil conectar con ella y con lo que pasaba arriba del escenario. Esto me llevó a salir un poco antes del tumulto de gente para coger sitio en Black Midi cerca del escenario. Qué decir de la formación londinense. Aún suspiro recordando el concierto. Un setlist frenético, lleno de movimiento, daba pie a pogos infinitos de los que salí un tanto maltrecha, que sin embargo repetiría sin lugar a duda. El momento de tocar “John L” fue casi una experiencia religiosa. Todos los miembros de la formación estuvieron espectaculares, con una actitud por parte de Geordie Greep y Cameron Picton –este último ataviado con una camiseta del Betis– tan juguetona que contagiaban a todos, tanto arriba como abajo del escenario. Especial mención al batería, Morgan Simpson, al cual ni yo ni mis amigos podíamos quitar la vista de encima. Era hipnótico ver como llevaba esos ritmos imposibles con un cigarrillo en la boca, sin inmutarse lo más mínimo. Realmente, una actitud a la que aspirar.
Shame arrasó sin piedad. El nuevo disco, “Food for worms”, ya prometía que en directo iban a ser potentes. El propio frontman lo define como “el Lamborghini de los discos de shame” en su biografía de Spotify, y no se equivocaba. Recuerdo unos shame recién nacidos en el FIB 2018, que nada tienen que ver con estos que vimos ya con barba e independizados. Squid también llegaron para presentar otro de los discos del año, “O Monolith”, y de nuevo, le hicieron más que justicia. Con un repertorio más complejo a nivel musical que sus compañeros, rozando el math-rock, te mantenían atrapado en un trance que dificultaba el moverte del público para ir a por otra cerveza – aunque a esas horas ya era cubata. Quizá no sonaron tan potentes como sus compañeros de escena, pero hicieron gala de una elegancia muy propia. A Joe Unknown me lo perdí con todo el dolor de mi corazón, pero cuando acabó Squid dejé de ser persona y solo tuve fuerzas para coger un taxi al hotel.
Amanecía un nuevo día en el Canela Party. Ese viernes establecí la rutina que seguiría todas las mañanas hasta el domingo: desayuno, piscina, playa, ducha, comer, siesta, canela.
Empezábamos con los valencianos Mausoleo, trayendo el postpunk más tradicional de la terreta, con melodías oscuras, cantos al fracaso, y bajos que rebotan en el pecho como una mascletà. De nuevo se encontraron con el sol indómito de cara, pero no supuso un problema para la gente que fue directa a la primera fila. Tras la explosión de oscuridad llegaron una de las bandas más importantes de la escena argentina: Las Ligas Menores, trayendo bajo el brazo un banquete de melodías amables y sencillas que fueron todo un deleite. Brillaban con luz propia esas canciones pegadizas y que invitan a cantar, aunque te inventes la letra. Me quedo con la estrofa que cantaron en “Hice todo mal”: “¿por qué tanto miedo a perder? si ni siquiera me arriesgué”. Y también me quedo con la crisis de sexualidad que me propicio la vocalista, Anabella Cartolano. ¿Quiero ser ella o quiero ser su novia?
De nuevo tenemos un problema de dualidades y comparativas, puesto que toco primero Sorry y después Porridge Radio, dos grupos pertenecientes a la misma escena inglesa. Sorry tienen una trayectoria bastante ecléctica, rozando muchos géneros diversos sin traicionar su propio sonido. Las expectativas estaban altas, pero no llegaron a cumplirse. Sencillos como “Cigarette Packet” o “There’s So Many People That Want To Be Loved” se quedaron flotando en el aire, sin caer en ningún sitio. Estaban ahí, pero no llegaban a provocar apenas nada. Fue una lástima. De Porridge Radio se cumplió todo lo que esperaba. Dana Margolin, su vocalista, preguntó a la tercera canción que si alguien tenía un tampón y me parece que este hecho resume muy bien la familiaridad, la confianza en ellos mismos y en su público, y la soltura que definieron esos 45 minutos que hicieron totalmente suyos. El ambiente estaba cargado de emoción, y cosas como notas que se iban o roturas en la voz no hacían más que añadir al momento. Había escuchado el tema con el que cerraron en mi casa muchas veces “Back To The Radio” y siempre había disfrutado mucho de escucharlo, pero allí, esa tarde del Canela, se cantó y se vivió como un himno, con el puño en alto. Para mi otro de los mejores directos.
Otro que me perdí fue The Notwist. De nuevo el hambre se apoderó de nosotros. Bien es sabido que beber y ayunar no son buenos compañeros y queríamos tener toda la energía posible para el último concierto del viernes, los murcianos Perro.
Retomamos los conciertos –y los cubatas– con Snail Mail. La jovencísima Lindsey Jordan y la banda dieron una lección de lo que es el pop con todas las letras. Era el matrimonio perfecto entre melodías pop con explosiones rock. Una decisión que tomaron y no entendimos fue el hacer el setlist de forma que tenía que cambiar de guitarra cada vez que cambiaba de canción, dejando una ligera sensación de ir a trompicones que tampoco alteró demasiado la calidad del directo, pero se habría agradecido más fluidez. Acabó el concierto de Snail Mail y no sabíamos lo que se nos venía encima.
Los Osees comenzaron como un disparo. Certeros, agresivos, y a una velocidad sónica. No tardaron en empezar a formarse pogos por todas partes al ritmo de sus guitarras estridentes y sus ritmos mortales forjados por dos baterías extraordinarios. Poco vi de ellos, puesto que la ultraviolencia se apoderó de cada una de las almas del público y yo y algunas amigas tuvimos que huir de la cantidad de testosterona, patadas y puñetazos que ocurrían a nuestro alrededor. Derrotadas e indignadas nos fuimos a sentarnos en la zona de la comida, pegada a la de los DJs. Por poco me duermo. Mi cabeza cabeceaba mientras el DJ pinchaba a los Happy Mondays y a los Smiths, pero no había forma de animarme. De repente, subió el vocalista de Parquesvr a pinchar, como un enviado de dios, y empezó a proclamar la palabra del señor. Esos ritmos pegadizos, ese 4/4, esas letras soeces. Efectivamente, comenzó a pinchar reggaetón antiguo. Esas canciones que rechazabas en su momento pero que ahora forman parte de los recuerdos y del imaginario colectivo. Ritmos y letras reconocibles que te trasladaban a veranos que quedaban ya muy lejos. Sentí que todo el mundo, como feligreses, íbamos directos a la mesa del DJ, y yo, como Jesucristo, reviví.
En el fulgor de la nostalgia se me pasó Nick Waterhouse, lo que me molestó bastante, pero al menos me repuse a tiempo de acudir a Biznaga. Nunca fallan. Canciones de gritar a pleno pulmón y con el puño bien alto. Si son los dos puños mejor. Cada canción una daga que pretende hacerle daño a una sociedad sin piedad con la gente normal. Y en directo fueron incluso más letales. Cerraron el concierto con “Una Ciudad Cualquiera” y su nuevo himno “Madrid Nos Pertenece”, dejándonos para el final un dulce regusto con frases como “vienen tiempos nuevos y salvajes, Madrid nos pertenece a ti y a mí.” Las siguientes fueron Bala, quienes también lo dan todo sobre el escenario con muchísima potencia. El problema es que no las vi. Tampoco recuerdo que estaba haciendo en ese momento. Seguramente en la cola del baño.
Cerrábamos el viernes con uno de los bolos más esperados y por el que me había tomado tantas coca-colas para aguantar. Salieron Perro dejando claro en sus visuales que “Murcia es África” y dándolo todo. Tanto dieron ellos como el público entregadísimo que gritaba, saltaba y daba vueltas sobre ellos mismos. Recuerdo que apenas mire el escenario. Me concentré en bailar y gritar y sobrevivir a los pogos que se generaban en cada una de las canciones sin excepción alguna. Y es que Perro se han labrado un estatus de oro bien merecido. “Catán” y “La Reina de Inglaterra” sonaron con una fuerza atronadora y, como es habitual en los conciertos de Perro, casi se rompe el suelo de tanto saltar con “Marlotina”. Los temas de siempre con el impacto de siempre. ¿Todas? No, para sorpresa de los presentes, tocaron dos canciones nuevas que nos hacen preveer que el próximo disco del grupo murciano –¿africano? – igualará en energía y calidad a sus anteriores.
Las expectativas eran altas para el sábado. Fue el día que más gente había y es que los disfraces también son un gran reclamo. Había disfraces increíbles, como Marvin el marciano –el cual daba un poco de mal rollo por los ojos–, Ana Obregón, Juan y Medio y “El niño Corneta”, Chiquito en el Grand Prix, no faltaron un Rubiales con Jenni Hermoso… Todos los temas de actualidad –y de no tan actualidad– estaban representados ese día entre el público del Canela. Yo me disfracé de tenista, pero tuve la brillante idea de ir toda de blanco, por lo que por la noche iba disfrazada de mancha de tinto de verano.
Abríamos la jornada con Alavedra disfrazados de la legión. Fueron muy divertidos y al día siguiente me encontré a mí misma tarareando algunos de sus temas, como “Amor Salud Trabajo” o su mítica “Jota del Poliamor”. Estribillos muy pegajosos. Un momento para remarcar fue cuando Dani, el cantante principal, bajo del escenario a bailar con el público y se dio un beso con Rubiales. Este sí que fue consentido. Ya en los bailes de este primer concierto empezaron a volar y aparecer por diestro y siniestro partes de disfraces que se iban perdiendo debido a la euforia. Más tarde sería debido también a las cervezas de más.
Lime Garden presentaron un pop que se notaba trabajado y firme. Ir a su concierto es una apuesta segura de pasar un rato muy disfrutable y disfrutar de buenos arreglos y melodías bien hechas. Uno de esos grupos que sabes que lo que escuchas en tu casa va a ser lo que vas a ver en directo.
Les siguió La Paloma, a quien acompañó un viento cálido como una estufa que ahogaba a los presentes. Pero en el Canela antes que nada se va a bailar, pasárselo bien y disfrutar de la música. ¿Hace calor? Pues cerveza fría y a seguir. Éramos unos supervivientes. No nos dimos cuenta mientras cantábamos “Bravo Murillo” e íbamos a coger sitio en primera fila para Mujeres de que se estaba levantando un vendaval que hacía temblar las luces y las estructuras de escenarios y barras. Mujeres son un clásico festivalero. Sabemos que siempre que vamos a un concierto suyo vamos a salir de allí sudando, con una sonrisa gigante y los zapatos destrozados. Esta vez no fue excepción, aunque en vez de salir por nuestra propia voluntad nos tuvieron que sacar. Les dio tiempo a tocar buena parte del repertorio, incluyendo su nueva canción “No Puedo Más” –que ya se había convertido en himno hooliganero a pesar del poco tiempo de vida que tenía–, pero las más clásicas como “Romance Romántico” se quedaron en el tintero. Hubo que desalojar el recinto.
Los asistentes, todos disfrazados, pintados y ya algo contentos, se comportaron de una forma muy respetuosa y civilizada. Lo que tocaba en ese momento y hasta nueva orden era conquistar los bares cercanos y hacer tiempo. Las colas para conseguir cerveza duraban media hora y los camareros no daban abasto. En dos horas llevamos el infierno de colores y energía del Canela a los bares de Torremolinos. Cada media hora refrescábamos la página de Instagram para ver si había novedades. Finalmente llegó la buena nueva. El Canela Party reabría sus puertas después de dos horas. Peregrinamos todos hacia el recinto como una bandada de pájaros en busca de un norte. Como creyentes a la Tierra Prometida.
Se resolvió el apocalipsis con el concierto de King Gizzard and the Lizard Wizard a las 00:45. Los australianos dieron una lección de psicodelia digna de los libros de texto. Volvimos a la realidad con una sensación de la más pura irrealidad patrocinada por ellos. La fuerza y la energía de la banda nos llevaba a los terrenos que ellos querían, no importaba lo alejado que estuvieras del foco principal del incendio. Acabaron con una acertadísima “Rattlesnake”, y casi como un artista que firma su obra maestra recibieron los aplausos del público.
Nos quedamos sin ver a Triángulo de Amor Bizarro, Crack Cloud y Sofía Kourtesis, que tuvieron que cancelar sus conciertos en último momento. Esperaremos fervientemente a que los confirmen en próximas ediciones.
Tocaron después Carpenter Brut, Cave in y Les Savy Fav, pero poco al respecto puedo decir, puesto que yo ya estaba en piloto automático y había acudido a acabar la noche con la extensa pinchada de Brava. Decidida a cenar un poco de bombo para irme a dormir bien. Resulta que se me alargó la noche y acabé en un garito de Torremolinos con unos amigos rezando para que no se acabara la experiencia canela en rama.
Lamentablemente todo tiene que acabar y, de alguna forma, ese cierre caótico de infortunios superados hizo que el fin de semana fuera aún más especial. Ese sentimiento de comunidad que se creó en el recinto fue una atmósfera mágica y especial en la que no tuvimos la oportunidad de experimentar nada negativo más allá de llevar una cerveza de más. Tanta fue la comunidad y las ganas de llevarnos algo de recuerdo –aparte de un imán de un espeto de sardinas– que decidimos traernos el COVID a nuestras casas, para así acordarnos durante unos días extras de todo lo que había sido ese festival de amistad, música y canela. Esperamos con ansías el cartel del Canela Party 2024 al que muy seguramente asistiremos, si el viento lo permite.