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Crónica: Concierto despedida de Las Ruinas en Barcelona

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Las Ruinas

Redacción: Andrea Genovart

Y sí, llegó el día. Parecía que no. Diez años son muchos, y más cuando nos tenían mal acostumbrados: cada año teníamos un nuevo repertorio de Las Ruinas, para reírnos de nosotros mismos y de nuestro entorno en aquellos días en que te haces pena a ti mismo mientras te observas bebiendo de un trago el café solo antes de salir a currar un día más. Nos habían habituado a tenerlo todo de ellos y tenerlo ya. Pero sí, llegó el día. Algo inimaginable para todos aquellos que aprovechábamos la mínima ocasión de ver este grupo rara avis y tener la concesión de hacer un poco el petardo. Ayer fue el último concierto de la banda, pero los fuegos artificiales fueron tirados tan alto que hoy, de resaca, nos queda el buen sabor de haber dicho adiós - siempre arrimados a una leve esperanza de que no es definitivo, claro - con un listón más que alto: dos días de bolo consecutivo con sold out no puede ser superado.

Como en la noche anterior, la nueva banda emergente Diamante Negro - también de Barcelona y poco a poco integrados en la escena local - fueron los encargados de abrir la noche. Solamente tienen dos temas subidos al bandcamp, que hábilmente tocaron al final, pero en la media hora de directo la verdad que dejaron a todos con ganas de que subieran todas esas que tienen escondidas bajo el brazo. Y que son ases en la manga. Con unas gafas de color naranja, el cantante del dúo - pero guitarra, bajo y batería en el directo - subió al escenario con una soltura increíble por solo llevar cinco bolos a sus espaldas. Aunque probablemente algo tendrá que ver que sea el proyecto paralelo del cantante de Medalla, el grupo mimado de El Segell. Un repertorio corto pero más que generoso para el recién pistoletazo de salida de la banda, que encabalgó de una forma óptima la transición hasta el plato fuerte de la noche, mientras la sala VOL se iba llenando poco a poco para llenarse hasta que no cupiese ni un alfiler.

Sobre las 22:30, el trío de lo-fi y de heavy-pop - siempre les recordaremos por acuñar el término - salió al escenario entre aplausos y gritos de algunos que ya estaban borrachos. Antes de empezar, Edu - sin gafas, algo insólito y también para recordar de la noche - enseñaba lo que sería el set list más largo de su historia. Con doble valor añadido, claro, ya que la media de las canciones de la banda son de dos minutos. Todo fueron hits, aunque precisamente Las Ruinas va de eso, de hits: el concierto arrancó con La Radio Ha Muerto, Señoras Que Miran Mal, Este Espíritu - aquí la gente ya se empezaba a venir arriba con las manos alzadas, botando ligeramente para dar lugar más adelante a un pogo justificado -, Piensa Por Ti Mismo - de los últimos nuevos singles que tendremos -, Estatua Humana...Y por seguir con algunos ejemplos de una lista interminable de subidones y ¡wow’s! cada vez que escuchábamos los primeros acordes de guitarra: Generación Perdida, Safari Extraterrestre, Viva la Resolución, Fruta De Temporada. Con Necesito Saber - cuándo volverán Las Ruinas aunque todavía no se han marchado, es lo que pensábamos -, el público ya se descontroló por completo y sin posible marcha atrás. Que era justo lo que habíamos venido a hacer. Y así siguió ese desmelene - siempre con gritos bizarros en el público, muy de acorde con la banda como “Cantad una de Serrat” o “¿Cuándo es vuestro último concierto?” -, mientras se coreaban Estoy Cansado De Mí, Jamm Session Man, Gabriel Y Vencerás o Ramón Y Cajal - dedicada al público y con la subida al escenario de la mitad de Diamante Negro.

La recta final empezaba con Insecto, Cerveza Beer y Ovni, donde ya algunos espontáneos y finalmente Edu, el cantante, saltaron a un público desatado. Se acercaba el final de los finales - que no queríamos ni ver, ni reconocer, ni sentir y todos los verbos posibles - del concierto, pero por suerte el trío estiró la despedida como un amante que no quiere abocarse al vacío que sabe que le espera luego. Al fin y al cabo, lo malo de los happy endings es que también se acaban. Así que, supongo que conscientes de ello, pudimos gozar de no uno sino dos bises más. A las 12 y 15, después de casi dos horas de conciertos non stop, tanto arriba como abajo, tocó aceptar que - por ahora, por ahora - no tenemos saraos de esos tan cínicamente divertidos tan propio de unas Ruinas que te señalan lo que hay a pie de calle. Menos mal que nos han dejado un legado de nueve discazos que siempre nos acompañarán.

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