Crónica: Ainara Medina
El punk democratizó la música. La ofreció a la mal llamada masa, a aquella gente común a la que le cantaba Pulp, y abrió la puerta al ruido, al ruido de verdad, de la calle. El punk, sin embargo, ha cambiado. Se ha transformado hasta el punto de no necesitar incluso de una guitarra para afilar sus palabras y soltarlas como dardos. La Élite y su total afirmación de que son el ‘Nuevo Punk’, nombre con el que bautizan su nuevo álbum, son ejemplo de ello. Encima del escenario de El Muelle en Bilbao, la segunda parada de su ‘Apretaditos tour’, no había ni rastro de guitarras, ni siquiera de baterías, ni de bajos, pero sí de un teclado. Nada, de momento, de lo que hasta ahora hemos asociado con este género musical.
Nil y Diosito aparecían en escena como un torbellino de energía dispuestos a soltarlo todo en los tres cuartos de hora que duró el bolo. El dúo de Tàrrega, empezó pidiendo antes de nada un par de cervezas, porque hay cosas que no cambian. Una especie de energía estática recorría toda la sala, una energía que se alimentaba de todos los allí presentes hasta que pudiera encontrar una vía de escape y explotar. La encontró. Nuit Follie cayó como un trueno, el público descargó toda su rabia y entusiasmo coreando desde el principio las letras. Sin apenas dar respiro, Diosito encadenaba las canciones a base de comentarios sarcásticos e irónicos porque no hay que tomarse demasiado en serio a uno mismo (ni al resto).
El concierto siguió con Mata a tu jefe y eso de “jefe muerto, abono para mi huerto”. Los catalanes, con su aspecto de chavales de barrio y alejados de toda la parafernalia punki, dejaron claro que saben cómo conectar con su público. Público que, por otra parte, no estaba formado solo por jóvenes, si no que había gente de todas las edades. Tanto los nostálgicos de épocas pasadas, como aquellos a los que el punk les parecía hasta ahora algo propio de sus padres dejaron el pulmón gritando. El punk los unió a todos y de qué manera.
Con Todos me miran mal los pogos desafiaron el equilibrio de todos en la sala (incluido el seguro dental) y con temas como Sixpack, A 180 con mi monopatín o Transpotting pudieron oírse los ecos punkis del pasado. Puede que esa sea una de las cosas más bonitas del bolo de La Élite en Bilbao y de la gente que, no olvidemos, agotó días antes las entradas: la conexión con el pasado musical de la ciudad. Una unión intergeneracional y ajena a cualquier temporalidad que se hizo más que explícita y que, de hecho, el propio grupo recoge en “Escuchando a La Zowi me miran mal/ Escuchando a Eskorbuto me miran mal/ Escuchando al Fary me miran mal”. Seguro que más de uno recordó eso de “Cobardes, que van de valientes/ Hablando de nosotros mal ante la gente/ Creéis que todo tiene un límite / Así estáis todos, limitados”. Que miren mal y que hablen.
Diosito anunciaba que la que venía ahora era una de sus favoritas, Pintando un CD, para seguir con Contento de ser feo. Un tema sobre lo que significa ser joven y estar hundido, pero enfundado en un buen par de Adidas. Zapatillas que, por otra parte, parecen haberse convertido en parte de este nuevo uniforme del punk. Cosa que a Run-D.M.C. les haría muy felices, pues fueron los primeros en dedicarles una canción a un par de zapatillas y a la que llamaron, precisamente, My Adidas. De nuevo, se suceden las conexiones.
Después de cantar dos de sus temas más antiguos, pero no desfasados, Niño rata y Neo hippie, salta al escenario (literalmente) Hofe. El artista navarro se unió a Nil y Diosito en dos temas para terminar cantando juntos Autosuficiencia de Parálisis Permanente. La recta final del concierto la encaminaron Bailando que, según ellos mismos, es “la canción que menos nos gusta a nosotros y más a la gente”, Voy a quemar y Mariburro que borra a empujones cualquier posible duda sobre si La Élite es o no es auténtica.
¿Decís que el punk ha muerto? No os estáis enterando de nada.
