Redacción: Javier Nieto / Foto: Andrés Iglesias
Me presento al concierto de Bon Iver con escéptica ilusión, no sé muy bien lo que me voy a encontrar. Hay dos hitos que ayer me vinieron a la cabeza con gratificante recuerdo; el último cd que grabé, allá por el 2012, fueron los dos primeros LP’s de Bon Iver que ha acabado rayado hasta la extenuación en el viejo lector de mi coche y que aquél concierto de 2012 en Vistalegre fue el primero al que me “aventuré” a ir sólo, sin compañía, a disfrutar de la experiencia. Bendita aventura, desde entonces, sin miedo a equivocarme puedo decir que he asistido a más concierto conmigo mismo que con otros.
El de anoche sonó infinitamente mejor que el de Vistalegre, de principio a fin. Bon Iver se presentan con 6 integrantes en sendas atalayas atestadas de instrumentos. Todos multi-instrumentistas, todos engrasados, funcionando como un reloj suizo de la delicadeza. Suenan matices por doquier, no sabes muy bien dónde mirar, en que fijarte, por donde te van a sorprender. Bon Iver son precisión en estado puro, son folk, son rock, son electrónica, son hip-hop, son épica, son magnificencia, en el sentido estricto de la palabra: Liberalidad o generosidad en dar lo que se posee sin esperar nada a cambio.
Tras tener que posponer la gira de presentación por Europa de i,i en dos ocasiones, pandemia mediante, Justin Vernon y los suyos pudieron demostrar toda su grandeza en directo. Una cuidadísima puesta en escena con juegos de luces, reflejos y artificios que se iban sucediendo con las canciones. Los led del techo tenían personalidad propia dando diferentes atmósferas para coda canción.
Tras arrancar con YI e iMi, al igual que en el disco, llegó Towers como el primer hit de la noche. U (Man Like) y Hey, Ma destacaron al inicio del concierto como temas más destacados de esta última entrega, pero fue con la potente 10dEAThbREasT con la que todo cambió. A partir de ahí, muy a destacar Blindsided y Woods, en las que Justin demostró su proceso creativo con la grabación y superposición de pistas, y Blood Bank, con mucha energía de toda la banda y los leds alumbrando en rojo.
Para la recta final consecución de cañonazos comenzando con Skinny Love, la madre de todas las canciones. Da igual que la toque sólo y en acústico o que lo haga acompañado de la banda, pero siempre te remueve algo por dentro. Perth te hace saltar por los aires, con ese derroche de batería al mismísimo estilo militar mezclado con la mayor de las sutilezas a la voz. Imposible contener los brazos aporreando al aire. Holocene siempre me transporta de nuevo a Islandia, cierro los ojos y veo a ese niño con su Lopapeysa mirando por la ventana, corriendo por las playas negras de Vyk, tirando piedras a Jokulsarlon o admirando la majestuosa Svartifoss. Plena felicidad antes de cerrar con The Wolves (Act I and II), que engancha desde los primeros acordes.
Para los bises Justin toca re:Stacks, consiguiendo un silencio sepulcral en el Wizink en el que da miedo hasta cantar y levantar la voz molestando a los vecinos. La defiende en solitario y lo hace como si toda la banda le estuviera arropando. Para cerrar, charleta con el personal y cierran tal y como empezaron, volviendo al último tema de su último disco RABi, con el que creo que no acaban de dejar con el mismo buen sabor de boca con el que nos vamos del Wizink.
Esperamos no tener que esperar 10 años para volver a sentir lo que anoche se vivió en un recinto a la altura del sonido de Bon Iver.