Redacción: Ainara Medina
Cruzar la puerta (en este caso simbólica) hacia el interior del Bilbao BBK Live requiere de una cosa, puede que dos: abandonar por unas cuantas horas el mundo real y su lógica ininteligible y un buen chubasquero. Sí, definitivamente, ambas son imprescindibles. El estreno de la nueva edición de festival se daba junto con las primeras dudas de aquellas personas que venían por primera vez y que, a falta de algo mejor, arrastraban cuesta arriba todo lo necesario para el camping, mientras que los veteranos, equipados con algún artilugio con ruedas, los veían como un padre ve a su hijo dar los primeros pasos: con pena y ternura. En esos primeros momentos, el ambiente era casi de extrañeza ante algo tan salvaje (por inesperado) como los es el despliegue de escenarios, stands, bares y demás parafernalia a lo largo de Kobetamendi, lugar que acoge el evento.
Colectivo Da silva sembraron el buen rollo entre el público a base de ritmos bailables y mucho humor, calentando el escenario para sus vecinos granadinos, La Plazuela, que tocarán hoy en el mismo sitio, el Txiki. Sin embargo, donde más entregada estaba la gente a esas horas era en la sesión de Sama Yax en Basoa. La DJ desplegó todo el arsenal electrónico con toques de house y soul durante algo más de dos horas que, sin lugar a dudas, entonó a todo el mundo para lo que estaba aún por venir.
El escenario principal, el santo grial y el niño bonito del Bilbao BBK Live, el Nagusia, lo inauguró la cantautora danesa Emma Grankvist, pero mejor conocida musicalmente como Eee gee. Le sucedió Amaia, convirtiendo su ‘Bienvenidos al show’ sin más acompañamiento que ella misma y un piano en el primer gran punto de encuentro del festival. Todos acudieron a la llamada de la artista que, vestida con un conjunto verde con destellos y apoyada por sus músicos ataviados con trajes de azul celeste, pudieron afirmar que la de Pamplona no sólo cuidó cada detalle de su música, sino que también se esmeró por rimar con los colores del monte y del cielo de Kobetamendi.
Con ‘Relámpago’ el público dio comienzo a ese lento, pero seguro proceso inseparable de todo gran festival que se precie: la afonía. Un momento en el que los pequeños grupos de personas se giraron de golpe para poder ver mejor a sus amigos y amigas, llevándose la mano al pecho y cantando a pleno pulmón. Puede que nadie lo sepa, puede que nadie se atreviera a hacerlo en público, pero es posible versionar a Bad Gyal a piano. Amaia cantó Fiebre de la catalana para alegría de todos los presentes, demostrando que los límites (absurdos) entre pop y música urbana son del todo caducos. Por si fuera poco, y con motivo de los Sanfermines de Pamplona, la cantante siguió con ‘Yamaguchi’, una jota dedicada al parque pamplonés de mismo nombre y que quedó grabado en la memoria de todos.
Rápido y corriendo (quién diga que en los festivales se va solo a beber y a escuchar música tranquilamente, puede que no haya estado en un festival en su vida) el gentío se movía hacia el escenario de San Miguel porque en poco empezaría el concierto de M83. Puede que sea porque las dimensiones del lugar propiciaban una mayor cercanía entre la gente o porque el sonido de los sintetizadores despierta alguna especie de noción primitiva de compañerismo, pero, sea como sea, una de las cosas más destacables del bolo de M83 fue, precisamente, la gente que acudió a verlo. Desde personas que venían solas al festival para disfrutar de la música, parejas que discutían en qué lugar colocarse, amigos que debatían cúal era el mejor ángulo para ver bien el concierto, aquellos que te dejaban mecheros, cigarros, pegatinas con caritas sonrientes o te chivaban cuáles eran las canciones que estaban tocando porque por alguna razón mágica tenían el setlist completo y puede que lo necesitaras para hacer determinada crónica (esta en concreto no, por supuesto).
A pesar de los problemas técnicos ajenos al grupo que tuvieron, pues no se escuchaba casi Anthony Gonzalez, ni algunos instrumentos, M83 dio un concierto para recordar. A veces la vida es caprichosa y cuando sonaba ‘We Own the Sky’, el cielo rompía en una incesante lluvia que empapó hasta el alma de los allí presentes (ejemplo práctico del requerimiento de un chubasquero para disfrutar del Bilbao BBK Live). No pararon ni con esas. Con ‘Wait’, la audiencia calló por completo, pese a lo difícil de la hazaña, el grupo consiguió silenciar a todo el público con una de las canciones más emotivas del repertorio. Hay que mencionar, además, los interludios musicales entre canción y canción con los que M83 demostró que son instrumentistas excelentes.
Corriendo, de nuevo (¿Se entiende ahora lo de antes?), en el Nagusia sonaban los primeros acordes de la gran cita musical de la jornada: Florence and The Machine. Si al principio mencionábamos el abandono de la vida real una vez dentro del Bilbao BBK Live, con Florence es como caer por la madriguera del conejo en picado y sin protección hacia un mundo de fantasía donde el mal y el bien son embotellados en píldoras de tres minutos. Puede que no haya mejor forma de describir su música, puede que ni siquiera haya forma. Lo de ayer fue una comunión a gran escala entre una artista más que entregada y un público absolutamente hambriento. El tono religioso, de hecho, es pertinente. En medio del escenario se erguía un altar blanco, el único atrezzo visible, a juego con la túnica que la cubría a ella y que exponía la espiritualidad tan propia que Florence despliega en toda su obra. Con especial peso del último disco, ‘Dance Fever’, pudieron escucharse temas como ‘Free’, ‘King’, ‘Heaven is Here’ y ‘Dream Girl Evil’.
Como ya viene siendo costumbre en todos sus conciertos, la inglesa se bajó del escenario para acercarse a su fans de las primeras filas y cantar con todos ellos ‘Queen of Peace’, ‘Prayer Factory’ y ‘Big God’. Con ‘Hold On To Each Other’, la artista admitía que la canción había adquirido un significado diferente tras la pandemia y animaba a la gente a abrazarse. El cansancio y la ropa pegada al cuerpo tras el chaparrón no fueron impedimentos para que el público estallara con ella en ‘Dog Days Are Over’ saltando sobre el monte bajo sus pies y en el interior de ese gran cuento de hadas que Florence and The Machine crearon en lo que duró el espectáculo. Si alguien esperaba un concierto normalito y sin demasiadas pretensiones, que intenten pasar hoy con paracetamol o con lo que buenamente se pueda la resaca emocional que les ha dejado.
El broche final de la noche lo ponía The Chemical Brothers que presumieron de un sonido envidiable, a la altura de los visuals que acompañaban a las canciones. Un concierto que probó la resistencia de la gente a esa hora de la noche y después de todo un día de pogos, lloros, saltos y lluvia. Aprobaron con nota.