Redacción: Fran González
Después de haber logrado que el synthwave colonizase las radios convencionales del mundo entero con los manidos éxitos de su anterior LP, todo apuntaba a que el nuevo trabajo de Abel Tesfaye iba a continuar la misma estela que “After Hours” (XO/Republic Records, 2020). Lo que costaba imaginar es que “Dawn FM” (XO/Republic Records, 2022) fuera a coger los andamios de su predecesor y re-elaborase el concepto primigenio con una visión formal mucho más reforzada que le diese a éste, su quinto álbum de estudio, una mácula de credibilidad y garra que hacía años que no veíamos en los trabajos del artista canadiense.
No nos engañemos, que The Weeknd haya descubierto (de manera tardía, todo sea dicho) las bondades del revival de sintetizadores solo puede ser sinónimo de tener a nuestra disposición un arsenal de hits de irresistible estampa. Con esa habilidad indiscutible que Tesfaye tiene de saber llegar a toda clase de públicos, una vez más nos vemos en la obligatoriedad de abrazar su propuesta, lejos de comprobar (como muy erróneamente nos temíamos) que este nuevo LP no es en absoluto un cajón desastre de los descartes de su anterior “After Hours”. Es más, tal y como el disco se plantea, entendemos ahora su trabajo previo como una hoja en sucio en la que el canadiense fue realizando sus sumas y sus restas hasta llegar al término definitivo que acontece la espectacular bomba que es este “Dawn FM”.
Puede ser entendido y degustado de mil maneras, pero el concepto original que “Dawn FM” plantea y oculta tras de sí exige una escucha lineal, de las de principio a fin y en orden. Así que toma asiento y gira las manecillas de la radio del salpicadero hasta alcanzar una voz familiar. Tenemos por delante un noctámbulo viaje en carretera por las calles de una ciudad que nunca duerme, engalanada por luces de neón y eternas travesías. Una emisora nos da la bienvenida: “estás escuchando 103.5 Dawn FM y parece que llevas mucho tiempo en la oscuridad: es hora de caminar hacia la luz”. ¿Quién puede resistirse a una introducción así? Y más cuando lo que acto seguido invade la emisión es un surtido de sintetizadores, cajas de ritmo y voces distorsionadas tratadas con una excelsa elegancia (‘Gasoline’). Poco tardamos en desenvolver uno de esos hits con marca de la casa que apuntan maneras a acabar en los podios de todos los rankings globales y radio-fórmulas de postín (‘Take My Breath’), que da paso a un solapado homenaje al sonido de cierta pareja de robots con la que ya firmaría una colaboración de discutible éxito en el pasado (en este caso, son los miembros de Swedish House Mafia quienes tratan de darle ese french touch al sonido del canadiense, a través de ‘Sacrifice’).
Un abrupto cambio de sentido, al más puro estilo radiofónico, hace que nos cuadremos enteramente para escuchar el speech de Quincy Jones, quien entre liberadores y retrospectivos testimonios, sentencia con un simple y llano “looking back is a bitch, innit?”. Sirva esa vibración sosegada en la que ‘A Tale by Quincy’ ha logrado posicionarnos para no despegarnos de la radio, pues la línea de bajo que acompaña sus palabras confluirá deliciosamente hasta desembocar en una romántica y jacksoniana ‘Out of Time’ que es, simple y llanamente, para quitarse el sombrero. Con menos luces brilla su colaboración con Tyler, the Creator, de la cual a priori se podría haber esperado algo mucho más relevante en el total del álbum. Pero aunque el arranque del disco cuente con una energía difícil de superar por su propio peso, todavía atestiguaremos algunas sorpresas de significativo calado en la parte final del LP, como bien puede ser su colaboración con Lil Wayne entre punteos funkys para ‘I Heard You’re Married’ (con producción de un añorado Calvin Harris), o el pseudo-podcast de mindfulness que el amigo Jim Carrey se gasta para cerrar el disco.
Más allá de lo que Abel Tesfaye es capaz de hacer como vocalista y compositor, la excelente mano del talentoso y multidisciplinar Daniel Lopatin (más conocido por su proyecto personal como Oneothrix Point Never) hace que nos demos cuenta de forma inmediata de cómo este álbum logra desmarcarse de lo que el canadiense llevaba ofreciéndonos en los últimos cuatro o cinco años, haciéndonos incluso re-conectar por instantes con el artista menos comercial que un día nos voló la cabeza con sus primeros trabajos. Siendo conscientes de que el The Weeknd de “House of Balloons” o “Kiss Land” no va a volver nunca, a cambio tenemos a un Tesfaye bien acompañado y asesorado, que lejos de revolcarse en la horterada fácil de un disco más que se nutre de trilladas rémoras ochenteras, logra casi esquivar del todo la machacante reiteración de recursos y técnicas, para presentarnos un canal más que aceptable con el que disfrutar de su propuesta.