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Crítica: Squid - O Monolith

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Squid - O Monolith (2023)

Superar las expectativas de un debut redondo nunca se antoja como una tarea fácil, y así parecen haber entendido los miembros de Squid, quienes duchos en su afán por reinventar el post-punk británico de nueva época tras un excelente primer trabajo, Bright Green Field (Warp Records, 2021), pergeñan ahora un regreso que se antoja como una brillante forma de ratificar su celebrado aterrizaje, garantizándonos que su éxito temprano no fue casual y postulándose como una de las bandas más interesantes del momento.

Tal y como otros de sus coetáneos y compatriotas nos demostraron con sus posteriores y acertadas entregas (imposible no recordar la manera en la que black midi o a Black Country, New Road revalidaron sus sendos estrenos de altura), la progresión de Squid con O Monolith (Warp Records, 2023) se ve reflejada en un generoso surtido de elementos y recursos nuevos, maridados con coherencia y gusto dentro de la particular fórmula que la banda natural de Brighton nos ofreció en primera instancia. Buena muestra de ello es, sin duda, la singular y cautivadora forma que el quinteto tiene de hilar oníricas bases electrónicas con esquizofrénicos arreglos de viento, creando un magma de rock experimental delirante, inquietante y turbador. Movernos en el perímetro en el que pivotan las convulsas y dadaístas reflexiones de Ollie Judge exige un precio a pagar: el de no hacer demasiadas preguntas. ¿Por qué hay una canción dedicada a la memoria de Josie Packard, el personaje de Twin Peaks que queda transmutado en cómoda tras morir? (Undergrowth) o, ¿por qué toman la obra teatral de Caryl Churchill, Vinegar Tom, como inspiración directa para un spoken-word sombrío e intenso? (Devil’s Den). Quizás comprender los porqués que se hallan ocultos en O Monolith le restarían al mismo la intensidad y pegada que su inicial postulado posee, por eso lo mejor que podemos hacer es dejarnos llevar, sucumbiendo con total entrega en los inmersivos mantras que la banda nos lanza, sacudidos y mecidos por guitarreos crudos, teclados febriles y pesadas percusiones (“To live inside the frame and forget everything / A swing inside a dream, and all they'll do is scream”, repiten en Swing (In A Dream), hasta volverla extremadamente pegadiza).

A pesar de su marcada urgencia y de ese imperante sentimiento de caos que rodea el groso de algunos de sus pasajes (no hay más que ver la bocanada de aire que uno suelta al concluir la atolondrada y frenética If You Had Seen The Bull’s Swimming Attempts You Would Have Stayed Away con la que cierran el álbum), los chicos de Squid insuflan una notable y nada desdeñable dosis de accesibilidad a su propuesta, con respecto a su anterior álbum, tal y como vemos en cortes llenos de matices (a las voces robóticas que evolucionan entre chispeantes repiques en Siphon Song o a la luminosa y esperanzadora rugosidad de After The Flash nos remitimos). Un anhelo por seducir y atrapar al oyente, aprobado con nota y con el siempre garante sello de Dan Carey en la solapa –sumado al no menos destacable papel de John McIntyre de Tortoise en las mezclas-, que rasca en las paredes de la prosa pretérita, en el esoterismo disparatado y en el nihilismo generacional a fin de distinguirse de otros primos-hermanos de su quinta, echando mano de paisajes sonoros naturales, atmosféricos y caprichosos en los que resulta realmente fácil terminar quedando del todo absorto.

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