Tal vez sea la enorme cantidad de tiempo que el proyecto lleva cociéndose a fuego lento (Lifetime salió hace tres años, ahí es nada), o quizás sea la grandísima carga emocional que subyace detrás de los distintos cortes que componen el debut formal de Romy, pero es difícil reproducir Mid Air (Young, 2023) sin que los ojos no se nos empañen y sin que el vello no se nos erice. No nos esconderemos a la hora de reconocer que aquí, nuestra imparcialidad brilla por su ausencia, pues The xx llevan más de una década siendo una de nuestras bandas de cabecera favoritas, creemos a pies juntillas que In Colour (2015) de Jamie xx es probablemente el mejor disco de electrónica contemporánea que se haya hecho en la última década, y además, somos firmes defensores de todo lo que ha supuesto el fenómeno Fred Again.. desde su irrupción en la escena, aún con sus justos claroscuros. Con lo cual, ¿cómo de emocionados creéis que estamos al tener en nuestras manos un trabajo que aúna precisamente todo lo que nos encanta?
Aun intentando guardar los estribos, poco nos dura la objetividad cuando descubrimos que Loveher es la encargada de abrir el disco, avanzando a través de una serie de susurros ascendentes y líneas de teclado que la convierten en la perfecta banda sonora para bailar entre lágrimas furtivas. Un acto que no es baladí ni escogido al azar, pues ante todo Mid Air es una carta de amor a los clubes queer en los que Romy encontró comunidad y conexión cuando más lo necesitó, y ello tenía que quedar reflejado tan pronto como el álbum comenzara a rodar. La mano de Fred Gibson, postrada al servicio de la voz de la artista como nunca antes lo habíamos visto, se mantiene respetuosamente en un segundo plano, combinando sus bases rotativas y envolventes con las crudas confesiones de Romy (“And I didn't believe I deserved to feel this high up above the ground”, la escuchamos cantar en una eufórica y conmovedora Weightless), ejerciendo tan solo un papel activo cuando el ritmo natural del tema así lo demanda.
Y aunque este inicio se descubra como un tanto esperado en cuanto al resultado total de la suma de sus partes, el comienzo de Mid Air también logra ir más allá de lo previsible y extrae a la propia Romy de su respectiva zona de confort de pop electrónico y lánguido, para romper con ello nuestros pronósticos y sacudir nuestras caderas, sin aviso ni oportunidad de negativa. The Sea y One Last Try se convierten en dos joyas impredecibles que funcionan juntas a las mil maravillas, funcionando como un antes y un después dentro de esa línea temporal vivida en el seno de un club oscuro que nos lleva desde las cadencias más sinuosas y voraces de la noche, hasta la emotiva y arrolladora despedida con la primera luz de la mañana. Un atmosférico interludio con samples vocales, al más puro estilo Fred Again.. (DMC) se encarga de machetar meridianamente el álbum en dos y allanar el terreno para el aterrizaje de Strong, el plato fuerte del álbum (not pun intented), que no por haber sido disfrutado y bailado hasta el paroxismo desde el año pasado se merece menos nuestra atención. Después de este aguacero de sentimientos y de la mano de unas comedidas Twice y Did I, la británica continúa explorando los reversos y anversos de su poesía raver, sumergiéndonos en una balsa de aceite de intensidad y palabra, donde la veremos liberarse de adornos y exuberancias varias para poner a prueba la versatilidad de su voz (definitivamente, más explorativa, aguerrida y diversa que en su rol como vocalista en The xx). Una mecha que prende al candor de una latente y precisa compilación de ritmos que recorren los diferentes recovecos generacionales y estilísticos de la electrónica, hasta el punto de llevarnos a un cierre puramente discotequero y setentero, con una electrizante oda a la aceptación (de la mano de una sampleada Beverly Glenn-Copeland, encargada en diferido de darnos la bienvenida a otro de los particulares peaks del álbum, con ese apabullante “My mother says to me, "Enjoy your life””).
Tras el icónico vuelo en solitario de Jamie xx y la confidente respuesta en singular de Oliver Sim, tan solo nos quedaba ella por demostrarnos de lo que es capaz de hacer fuera del trío del que forma parte desde hace más de diez años. Y además de exhibir con arrebatadora entrega la pasta de la que están hechas sus respectivas inflexiones, Romy firma la mejor evolución que cabría esperar en su firma, explorando como solo ella sabe la angustia y la euforia de un corazón que late sin frenos. Definitivamente, uno de los discos del año y el tono que deseamos que The xx recoja cuando la formación británica decida retomar su actividad.