Redacción: Andrea Genovart
Ya lo dice Mac DeMarco: viene él disfrazado de cowboy. Disfrazado porque esperamos que no se haya convertido y haya creído ser este personaje que muchos no reconocemos. O, como mínimo, preferimos al anterior.
La canción que abre este cuarto disco, de título homónimo, ya hace saltar todas las alarmas. De repente nos imaginamos al canadiense subido al trote de un caballo - vale, quizá hemos sido generosos definiendo ese ritmo con el trote - y con uno de esos sombreros del oeste. Con un cigarro colgando de su boca, por supuesto. Pero por suerte, poco después ya podemos relajarnos, aunque solamente un poco. Y es que en las primeros tres minutos el formato es tan radical que no podemos no sentir que el compositor nos ha tomado un poco el pelo o, mejor dicho, puesto a prueba desde una burla jocosa. Algo que, por otro lado, nos encajaría perfectamente con su faceta de pícaro sin maldad alguna. Y es que el primer tema no puede no provocar para aquellos que sentimos devoción por su música la tensión por no querer constatar estar oyendo aquello que no nos acaba de gustar. Pero no es del todo así: comprobamos a lo largo de trece canciones que, pese a las críticas, siempre intolerables con una propuesta de cambio por muy leve que sea, el Mac DeMarco de siempre se deja entrever. Existen, pues, esos pequeños gestos y tonos peculiares que lo definen, aunque no sean idénticos a lo que veníamos oyendo con el brillante y exitoso This Old Dog ni al hermetismo de Salad Days.
Here Comes The Cowboy se trata de un paso lento, relajado. Como el de alguien que llega a la vida adulta y prefiere hacer un ejercicio de perspectiva desde la paz y la racionalidad absoluta. Se trata de un pop tranquilo, quizá demasiado, trasladando a veces una sensación de estar agotado y de haber hecho las cosas por tener que hacer algo. Es cierto, lo reconocemos todos: la frescura de Mac DeMarco es ahora un cielo tapado. Y parece ser que él se ha supeditado a este cambio de tiempo y se encuentra cómodo habiendo bajado revoluciones. Pero ello también nos encaja, y es quizá lo que no debemos olvidar: aunque reúna nuestra simpatía por ser alguien que se muestra simpático y gracioso, y eso responde a nuestra faceta favorita, el cantante también reconoce querer querer la vida solitaria y tranquila que tiene. Así pues, lo que refleja Here Comes The Cowboy sería más bien eso: un ejercicio de música relajado y libre de pretensiones. También con uno mismo, en el sentido de esa autoexigncia de tener que obedecer a una lógica de carrera, siempre concebida desde algo progresivo, de registro exclusivo y con la presión de ir superando pantallas.
Sin embargo, si buscamos bien podemos encontrar ese sonido de vaivén de olas, de esos que tienen que ver con los pantalones remangados y zapatillas Vans destrozadas, en temas como Finally Alone o Nobody, sencillo (mal)elegido como adelanto. También el gesto gracioso y rupturista, pero tan típico en su personaje, en el funk de Choo - Choo. Es precisamente topar con esta propuesta aleatoria y sin fundamento lo que nos hace sentir, como oyentes, el inevitable alivio de identificar que aquel joven divertido y algo loco no se nos ha ido del todo. Que Here Comes The Cowboy responde a la decisión legítima de estar en otro momento, sin que por ello tenga que suponer algo excluyente de lo precedente. Esta sensación la volvemos a sentir, de hecho, con el cierre celebrativo de Baby Bye Bye.
Pero aún los diferentes tonos que presenta el disco, existe el denominador común que niega por completo cualquier tono algo alegre, y lo conduce a un estadio más bien triste y profundo. Algo que contrasta con la smile - sobre piedra, además - elegida como portada, que adquiere una dimensión totalmente irónica. En este disco, Mac DeMarco aflora angustias y sentimientos más bien negativos. Cabe destacar en esta línea el Skyless Moon o Heart to Heart, dedicada a su amigo y compositor Mac Miller, que murió en septiembre del año pasado y a quién le ha dedicado el disco. No obstante, el músico residente en NY hace aflorar el lado oscuro con una tranquilidad que tiene que ver con ese estado de ataraxia que muchos envidiamos, que probablemente es conseguido a través de La Aceptación Total. Una distancia absoluta que se corresponde, probablemente, a costa de estar al margen de los circuitos de festivales y farándula y teniendo una vida sencillamente amorosa con su pareja de toda la vida.
Los riffs tan identificativos también son algo constante en este itinerario - ¿con destino? - de personaje del oeste, donde sus ejemplos más evidentes los encontramos en Preoccuppied o Hey Cowgirl. Y en la genialísima On The Square. La categoría de balada también está presente, como en K, la acústica que le dedica a su novia y que ya no nos sorprende, o Little Dogs March. En definitiva, el LP dibuja un escenario bonito y austero, pero cerrado. Y conociendo que cada nuevo lanzamiento no responde a algo repetidamente igual a lo anterior sino más bien a una pequeña evolución de sonido, que logra explotar y agotar en el mismo repertorio, este nuevo álbum tiene sentido. Lo que tendríamos esta vez, pues, es algo totalmente liberado respecto a una fórmula concreta sobre la cual trabajan tantos artistas, que tiene que ver con la solemnidad y la coherencia. De hecho, podríamos decir que Here Comes The Cowboy es casi casi una broma. O un pasatiempos. Pero algo que no está muy tomado en serio. No existe en él una gran profundidad, ni unas grandes letras. De hecho, éstas son más bien directas. Pero eso no tiene porqué suponer menos: continúa siendo un disco de Mac DeMarco, donde se reconoce una música compositivamente agradable y hecha con un gran dominio instrumental.
Here Comes The Cowboy es algo que engaña. Puesto que el vaquero, el oeste, las armas de fuego, es algo que además de quedarnos lejos, perteneciente a otro tiempo, nos impresiona. El cowboy es un héroe o un poderoso y controlador del territorio; alguien respetado, aunque probablemente sea a través del miedo. Alguien que conoce todos los rincones, alguién temido, alguién que se ha relacionado con los grandes capos. Es alguien, en definitiva, al que le rendimos una admiración estupefacta y silenciosa. Siempre desde abajo, con la cabeza agachada. Aquí viene el cowboy, nos dijo hace unos meses antes del lanzamiento Mac DeMarco; y a nosotros nos faltó el aire. Y, con este listón imaginario tan alto, tan exótico, tan raro, hace unas semanas que topamos con su contrario. De repente, nos encontramos con ese colega que podría estar sentado a nuestro lado, en nuestro sofá agujereado de piso compartido, un domingo por la tarde, mientras él toca su guitarra y tú reposas en silencio sin decirle nada porque la música que hace es tranquila y puedes soportarla estando de resaca. Pero él sigue tocando. Y notas que es algo accesible, melancólico y llano. Algo decepcionadamente moderado. Pero justo y real: porque es circunstancial.