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Crítica: Los Anillos de Poder (Temporada 1)

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El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder

Cuesta creer que la serie más cara de la historia sea también la que más ampollas de división pública haya generado en los últimos años; pero así es, ni los billones invertidos en la apabullante producción de El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder han librado a ésta de lidiar con unas machaconas críticas que, incluso antes de ver concluida su primera temporada, ya requirieron poner en marcha campañas para frenar el hate vertido contra la misma. Nunca llueve a gusto de todos, y menos cuando tocas una de las grandes sagas de la historia de la ficción y la fantasía. No obstante hay un sector de la audiencia que encontrará muy difícil salvar los muebles de la obra producida por Prime Video y son, contra todo pronóstico, los seguidores más puristas del universo Tolkien. El público más generalista, en cambio, logrará encontrar numerosos elementos a los que asir su atención y con los cuales lograrán no sentirse unánimemente defraudados: una línea argumental diversa y no focalizada en exceso en un único sector de la trama, unos efectos visuales sobrecogedores y del todo apabullantes, una banda sonora preciosa y logradísima que además recupera al icónico Howard Shore para su tema principal, y un sinfín de elementos que, a golpe de talonario, logran erigir una serie estéticamente maravillosa –el imaginario de Bayona mediante, nunca defrauda- y del todo apta para competir con los principales títulos de la ficción del año en el próximo certamen de marras.

Ahora bien, ¿qué pasa con el verdadero fan de la saga, el que sabe bien que prácticamente nada de lo que acontece durante la primera temporada de El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder tiene su origen en la obra magna de J.R.R. Tolkien y que todo cuanto vemos es fruto de la imaginación de un showrunner oportunista que ha querido colocarle la etiqueta del autor británico a algo muy alejado de lo que éste escribió? ¿Es que nadie piensa en los niños? Ojo, que ni siquiera Peter Jackson se libró en su día de la pertinente persecución de ese molesto fan acérrimo por excelencia a causa de sus particulares licencias –a día de hoy todavía seguirá respondiendo preguntas sobre la ausencia de Tom Bombadil en las películas, el pobre-, pero al menos la deconstrucción que firmó Jackson en su día a partir de su maravillosa trilogía se apoyaba en un séquito de personajes fieles a sus avatares literarios y del todo carismáticos; en cambio, en El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder tenemos un altísimo porcentaje de personajes totalmente inventados que cohabitan con rémoras puntuales de la historia original, en una suerte de batiburrillo anacrónico e inconexo que bien hará enfurecer y enervar al seguidor más detallista. Desde una proto-hobbit idealista y ambiciosa (Nori) hasta un señor oscuro que juega al despiste para finalmente quedarse en nada (Adar), vemos ante nuestros ojos un desfile de personajes que bien podrían pertenecer a cualquier otro tipo de ficción de corte fantástica y seguirían funcionando de la misma forma, puesto que aunque estos tengan ADN Tolkien, no son personajes de Tolkien. Pero por encima de estas particulares sumas de cosecha propia, lo que menos favorece al desarrollo de la trama son unas resoluciones cogidas con pinzas (¿De dónde sale esa llave-espada? ¿Por qué tanto misterio sobre el paradero de Isildur tras el gran incendio, si todos sabemos que está vivo? ¿Quiénes son esas brujas andróginas y misteriosas que buscan al supuesto Gandalf?), un maltrato cuestionable de personajes canónicos (Gil-Galad o Elendil, reducidos a la mínima expresión argumental o una Galadriel que convence a medias como personaje frontal) y una ausencia imperdonable de otros que deberán aparecer en la siguiente temporada si quieren ganarse el respeto de los seguidores más exigentes (Celeborn, por citar alguno).

Pero profanaciones aparte y superada esa barrera, que quizás para muchos no sea demasiado relevante si nunca han tenido una relación del todo profunda con la obra escrita, por supuesto que estamos ante una obra televisiva disfrutable y que devolverá a los niños que crecieron con la trilogía original un sabor de boca similar al de aquellos días y del todo nostálgico y evocativo (desde esa gran batalla en Las Tierras del Sur entre orcos, humanos y elfos que nos traerá de vuelta las grandes gestas de ESDLA, hasta esa relación fraternal y picajosa entre Elrond y Durin, que recordará sin duda a la de otro elfo y otro enano que combatirán juntos dentro de muchos años). De hecho, aun contando con algunos episodios de discutible interés, sus desarrolladores saben bien llevar a término esta primera temporada con un último capítulo trepidante con el que hacer honores a esos grandes finales de temporada, excitante y esclarecedor en lo que a tramas más principales se refiere, y llevando a cabo grandes revelaciones de los que esperar más (hola, Balrog) y giros de guion (hola, Sauron) con los que empezar a salivar pensando en su ya confirmada continuación, la cual confiamos que favorezca al entendimiento general entre las partes más divididas de la audiencia. Siempre y cuando se juegue más a la adaptación y menos al desembolso, claro.

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