Redacción: Andrea Genovart
Son muchos los que escuchan y son fieles seguidores de la La Bien Querida. Y la verdad que es fácil mantenerlos, una vez han entrado dentro: su tono de maniquí de Zara dulcemente triste constituyen una personalidad invariable que encontramos, de forma evidente, álbum tras álbum de modo inagotable. La artista nunca cambia de fórmula y eso es algo que siempre contenta a aquellos que se fidelizaron en primer momento, aunque eso suponga renunciar a un factor sorpresa que en una época de sobreestimulación y transversalidad sea algo excepcional.
Aún así, cabe reconocerle a la artista su trabajo para hacer de Brujería un disco diferente. Para empezar, ya el trabajo de encontrar un concepto con el que vincular todo un repertorio y poder seguir su curso. Esta vez, la cantante, que siempre habla de amor y de una forma llana y popular, desde el tú a tú, ha decidido entenderlo desde la desposesión completa y la magia. Y ello también se traduce en el orden y título de las canciones. Solamente empezar encontramos una Intro: Hechizo Protector, una especie de parlamento de poco más de un minuto que nos invita, de lleno, a meternos en el papel y experiencia del repertorio. Lo dice bien claro: “Protege el corazón de los venenos / Protege el cerebro de los malos encantamientos”; quizá no a nosotros, oyentes, si no a esa segunda persona de carácter universal y expuesta irrevocablemente a las leyes del enamoramiento, que bien podemos ser todos, pero que también puede ser ella misma. En todo caso, ese sujeto ficticio no parece haber esquivado los males de este posible encantamiento, más bien al contrario; si algo nos ofrece esta vez la cantante bajo la manta de la magia negra, son elegía y lamentos por un ánimo que pertenece a otra persona. Independientemente de si los temas son más o menos melódicos, más o menos buenos, más o menos alternativos, todos y cada uno de ellos tienen un mismo núcleo temático. Y éste son unos parajes de amor que tienen una forma claramente cortés. La voz femenina aquí - y en casi todos sus temas, a riesgo de comprometernos con la verdad de su carrera musical - siempre es víctima hechizada. O dicho de otro modo, agente pasivo del romance que explica unas letras que son mera proyección de la reacción y resolución del amado, que es quien tiene el poder, el verdadero mago que sin saberlo es capaz de deshacer todo encantamiento. De este modo es como el desamor de toda la vida queda amparado bajo un nuevo punto de vista en su discografía, que es bajo el concepto de la magia, de la ambigüedad, de la falta de control, de la obsesión. Del hechizo pasional.
Musicalmente, y aunque verlo suponga esforzarse en apreciar el matiz, encontramos cierto riesgo. Aunque cabe reconocer que la mayoría de las veces en las que se da es cuando la cantante se encuentra acompañada y rodeada por músicos que son sus colegas de profesión. Así pues, el tema y adelanto Qué con Diego de Carolina Durante o el dúo con David de La Estrella de David en Déjame Entrar serían las canciones que establecen una relación más rupturista con el código BienQue, capaces de rebajar esa voz tan lineal a la misma vez que la dosis de azúcar. Así pues, aunque Brujería se presenta como una continuación de Fuego, el cambio entre su predecesor es perceptible. Hecho que, por otro lado, es bueno, ya que da sentido a que hayan pasado dos años entre una publicación y otra y que se hayan necesitado dos álbumes distintos para un mismo proyecto. Esta vez no hay la rumba exitosa de Siete Días Juntos que tanto nos impresionó y nos encantó con Joan Miquel Oliver; pero tenemos el casi electro pop de verbena española con Me Envenenas, que bien rozaría la música folklórica de los ochenta, aunque sería sobre todo la particularidad de su voz sensual e hipnótica lo que hace memorable la canción.
Como hemos dicho antes, es cuando Ana Fernández aparece sola cuando nos recuerda como es en esencia. Y quién quiere seguir siendo. Que es como siempre ha sido: una cantante dulce y triste sin riesgos histriónicos pero que, aún así, ha conseguido tener un sitio sólido e indiscutible por una personalidad altamente marcada. Y es así como suenan los temas La verdad, Te Quiero o Morderte, que son 100% marca de la bilbaína: melodías lentas pero que se enganchan fácilmente y que guardan un tono agridulce, sin aspiraciones a ser una fórmula enrevesada o a volverse inaccesible con metáforas complejas. Nubes Negras también entraría en este saco, aunque cabe mencionar aparte que se trata de una pieza minimal de absoluta y de lo más destacable de su sexto LP. Como también cabe señalar en esta línea las dos colaboraciones con J de los Planetas, Domingo Escarlata y La Fuerza, que esta vez tiran más hacia el romanticismo de la protagonista que al indie flamenco de los granadinos, aunque la segunda es algo más atmosférica de lo habitual y el resultado es igual o más sorprendente.
Con Brujería no nos adentramos a una experimentación donde nos pone a prueba, si no que nos acercamos a un nuevo punto de vista que forma parte del universo simbólico de la artista, que tiene que ver con investigar y recorrer las mil facetas de la experiencia amorosa. Todo esto siempre con el mismo registro, que es el de una figura totalmente cercana y sencilla, sin que pretenda nada distinto a eso sino conservarlo. Así es cómo La Bien Querida consigue cantar al amor a través de canciones que entran ligero, sin pretensiones de más; porque es dónde se siente cómoda y desde dónde su creatividad tiene valor y la hace valer. Y aquí reside la clave de su éxito, que es impensable sin una gran simpatía. Que seguramente, a veces, se confunde con dosis de empatía.
Brujería es hipnótico pero quizá porque es de lo menos melódico que hasta el momento. Menos que Fuego, el disco predecesor y con el que intenta establecer una relación de continuidad.