Redacción: Jorge Casanueva
La historia de John Wick se escribe al revés que la mayoría de sagas cinematográficas. Si normalmente las películas que son un éxito llevan a franquicias con nuevas entregas que cada vez son peores y más baratas, en el caso del revulsivo de la carrera de Keanu Reeves van creciendo como una bola de nieve. Si la primera era una historia de venganza sucia y sangrienta que incluso se tomaba en parte en serio a sí misma, John Wick 4 es una épica de acción que sabe cómo readaptar su idea original a nuevos paladares elevando el tono de caricatura.
También el presupuesto es creciente. Si la primera jugaba con unos 20 millones de dólares, este se ha ido multiplicando hasta los 90 actuales, en la que es también la entrega más extensa y lujosa de la saga, lo que, si bien se traduce en una reducción considerable de la hemoglobina derramada, hay una cierta pérdida de identidad en pos de un acabado visual hipnótico, con una fotografía mucho más conseguida que en anteriores episodios. Y es que esta cuarta parte es el más difícil todavía de la franquicia y cada dólar se deja notar en pantalla en una apuesta estética exquisita, con aroma del cine de Seijun Suzuki y gamas cromáticas irreales que convierten la moda del neón en un conjunto de texturas mucho más matizadas que en entregas previas.
Si sumamos los grandes angulares gloriosos y un engranaje de precisión entre montaje y el uso la música —ojo a la secuencia de la DJ—, en John Wick 4 tenemos una pieza de cine de acción autoconsciente con vocación de arrasar en taquilla. El secreto de cómo ha pasado de ser un entretenimiento de nicho a convertirse en una marca con la que se comparan decenas de películas de acción actuales no tiene una explicación fácil. Entre el cachondeo del meme de Wick con su cachorro, que incluso la película ‘Keanu’, con Jordan Peele, homenajeaba en clave de comedia, hasta llegar a ser un referente ha pasado por un juego de espejos en el que cada entrega se creía más y más el fenómeno. Los fans dialogaban con ellas y con el papel de Reeves fuera de la pantalla, un actor que pasa del glamour de Hollywood y es la última esperanza de que el ser humano tiene alguna salvación.
Pero eso no explica el crecimiento en taquilla. Ni siquiera la primera entrega se estrenó en España, y solo pudimos verla directamente por televisión dos años más tarde de su paso por cines americanos. Ya la segunda obtuvo algo más de atención, pero apenas recaudó un millón de euros. Con la tercera parte se doblaron cifras y se confirmó el fenómeno: la cuarta parte es la típica entrega con lo mejor de las anteriores multiplicado para poder llevar a verla a espectadores casuales sin ni siquiera haber visto las anteriores. Y esa puede ser la parte clave de la receta de su éxito. Todas las películas de John Wick son iguales. Más grandes, más diversas, más o menos disparatadas, pero tremendamente parecidas.
La diferencia entre ellas es la voluntad por superarse, ofrecer lo más difícil de ver, seguir sorprendiendo al público dentro de una plantilla con dos claves: una en la que Keanu Reeves es perseguido por una mafia de fantasía y otra en la que Keanu Reeves mata a todo el mundo. Hay un contaje de muertos por entregas que seguro que la cuarta ha duplicado. Lo cierto es que en esta ocasión, el antihéroe visita más zonas del mundo, hay un desapego del Continental y algunas reglas de la alta mesa desarrolladas que hacen que sea más tebeo que nunca, pero su gran hallazgo es la paciencia para recrearse en la atmósfera y el preciosismo de un mundo peligroso hasta llegar a unos 40 minutos finales de acción sin pausa que hay que ver para creer.
Tiros y coreografías del sopapo donde confluyen las dinámicas de videojuego y el cine de acción de vieja escuela con una planificación escrupulosa que lleva todo al siguiente nivel, los extras y los elementos de fondo forman parte un escenario vivo pero irreal, alcanzando niveles de lógica de performance artística de danza: nada tiene sentido si se analiza con una dinámica narrativa que busque explicaciones más allá del baile de llaves, pólvora y cuellos rotos. Puede que la secuencia de los perros de Halle Berry siga siendo la más insólita de la serie, pero el combo de los coches hasta las escaleras es un clímax creciente que no da tregua y probablemente nunca se haya llevado a la pantalla algo similar.
John Wick 4 consigue hacer lo que pocas cuartas partes consiguen, y es superarse y demostrar que hay tal espíritu de circo y devoción por el espectador que se erige como un clásico instantáneo del cine de acción, probablemente la que se acabará asociando al nombre de la saga cuando se considere en conjunto. Poco podría imaginar Reeves que su carrera sería recordada por esta y no por su trilogía de Matrix.