Redacción: Andrea Genovart
El expectante y prometido disco de Foals ya está aquí. Everything Not Saved Will Be Lost (Part 1) (2019, Warner Music) es un disco doble con muchas miradas puestas en foco después del What Went Down que en 2015 los encasilló como una de esas bandas referentes del indie rock de hoy. No obstante, podemos decir que después de algo más de una semana desde su publicación no ha causado el revuelo que muchos esperaban. La pregunta por el futuro de Foals después de haber llegado a lo más alto - entendiendo lo más alto por una posición segura y reconocida a nivel mundial - estaba implícita en este descanso de tres años, con el añadido de la marcha del bajista Walter Gervers, que será sustituido próximamente por Jeremy Pritchard de Everything Everything.
Podríamos decir que Foals siempre ha gozado de una posición privilegiada. No les ha costado mucho hacerse valer. Desde su debut con Antidotes (2008), tuvieron el respaldo de la prensa internacional y, de rebote, colocó al Reino Unido en el punto de mira como el núcleo donde se gesta la mejor música de indie rock internacional. Todos sus sencillos, siempre resultantes de éxito, son inumerables (Sahara Spanish, My Number, Mountain At My Gates…); pero Foals tenía un reto que es quizá el más difícil de todos, que es mantenerse. Ya no para ellos mismos sino para nosotros. Con la primera parte de Everything Not Saved Will Be Lost existe la duda de si lo han conseguido realmente. No porque no se palpe una evolución, sino por lo que esconde tras ella: hasta qué punto esta nueva imagen de actualización obedece a una complejidad real y trabajada o próximamente - es decir, cuando salga la segunda parte del álbum - va a caer por su propio peso. Es decir, si hemos mordido el anzuelo del overpromise.
Con el quinto disco, la banda ha optado por desviarse de una línea estrictamente continuista y ha decidido llevar un poco más al límite ese sonido algo deje y aeróbico. Así pues, lo nuevo de Foals pide suspender el juicio comparatista y que, realmente, jugaba a su favor, pero que es necesario por tal ser receptivos a una nueva faceta que les permite reconfigurar su imagen como banda. En ella encontramos un tono, generalmente, menos lírico. Ya no hay temas compensatorios y para la bajona de los decibelios como A Knife In The Ocean o la acústica London Thunder. Véase el sencillo elegido para representar lo que nos podíamos encontrar: Exits, un tema que recuerda a esa melodía algo limitada y cerrada sobre sí misma de bandas como Interpol, y que juega con capas y capas de instrumentos que intentan distanciarse de esa idea de canción orgánica. Los remixes electrónicos y los tempos entrecortados son un denominador común en este repertorio de diez canciones, conduciendo de vez en cuando al baile en vez de al salto. Cambiar el orden de presencia de los instrumentos, qué queda en segundo plano cuando antes era prioritario, es el verdadero cambio de la banda de Oxford. Y esa alteración de las cartas jugadas producen unas canciones más beligerantes y ásperas, como Syrups, donde no hay modestia ni timidez alguna: así pues, los potros han decidido dejarse llevar por su temperamento y volverse jinetes negros y correr sin esperar a nadie.
El bajo, y sobre todo el sintetizador, también juegan un fuerte papel en esta nueva etapa de la banda - véase Syrups - dando lugar a cambios de ritmo que reconducen el final de la canción - hecho recurrente en el repertorio y rompedor respecto a sus precedentes. Esas distorsiones dan lugar a la sensación de ritmos densos - que no pesados -, reforzados por existen las repeticiones en bucle de la voz de Philippakis en Cafe d’Athens. Es cierto que a veces los sintes tienen tanto peso que es inevitable no sorprenderse por ello, como es electrónica bailable y de aires tropicales de In Degrees, un tema algo aislado e inconexo con el resto de disco. Pero parece ser que todo tiene cabida en el mismo pack creado por esa necesidad de superarse y que para el proyecto de un doble disco - y de un total de unas veinte canciones - no les quede grande e injustificado.
Así pues, la mezcla de texturas y sonidos es evidente, llevando su música a un grado de complejidad mayor y que a veces parece algo pretenciosa, dando la sensación que la banda busca rozar la estética de la inaccesibilidad a través de una inercia compositiva confusa. Y decimos confusa porque al final estamos ante un todo heterogéneo donde lo nuevo y lo viejo convergen pero de una forma inconexa y que se aleja de que podamos proyectar una imagen clara de la banda. Si por un lado atenemos a la furia que se avanzaba en Holy Fire a modo de onda expansiva se lleva al límite con White Onions, en la mayoría de las canciones la voz de Yannis Philippakis, alma y líder del grupo, queda en un nuevo segundo plano. Han quedado atrás los temas minimalistas donde únicamente teníamos que ser abducidos por la voz del cantante. Aunque persiste el tono de lamento y queja, ésta ahora es más cavernosa de lo habitual e incluso a veces recuerda a un David Byrne algo enfadado consigo mismo. No obstante, se asoma esas reminiscencias pasadas ya hacia el final del disco, donde todo parece calmarse y entrar en un territorio más relajado - por cierto, ¿es lógico y necesario el interlude de Surf, Pt.1?. Ejemplo de ello es la primera parte de Sunday, uno de los temas más magistrales del disco, donde el carácter épico es dejado a un lado y éste parece mimetizarse, sin seguramente quererlo, con un melancólico Morrissey reforzado por el piano de fondo. Registro que, de hecho, es elegido para bajar el telón de este descanso con I’m Done With The World (& It’s Done With Me) - descanso porque la segunda parte llega en otoño.
Estos dejes que no dejan del todo la mano de la faceta introspectiva juega al despiste, ya que el grupo siempre ha estado encaminado a ser una de las bandas referentes de música de estadio, esa música que tiene una gran conexión con el público y parece estar diseñada para los festivales de verano. Aunque distrae, lo cierto es que este elemento que justifica la euforia de su público mundial se ve todavía más trabajado en el álbum, y eso connota intenciones. El sonido intempestivo y catártico sigue siendo, por lo tanto, el denominador común; y, más importante aún, donde el oyente se descubre reconociéndole los méritos a la banda. Por mucha crítica y regodeo de los grandes temas y problemas contemporáneos - “Trump clogging up my computer / But I’m watching all day, all day” dicen On The Luna - que haya en sus canciones. No hace falta decir nada porque lo vamos a escuchar más temprano que tarde pero hay un dicho popular sobre “segundas partes nunca fueron buenas”. Y eso refrán circula antes de que se publicara la primera parte del nuevo disco de la banda.