Llevamos precisamente una temporada en la que todo lo que destile espíritu americano nos remite automáticamente un instantáneo e irremediable rechazo y las arduas tareas que durante décadas icónicos cantautores han llevado a cabo con el fin de suavizar la imagen exterior del país han comenzado a caer en saco roto. El presente no parece por tanto el mejor de los escenarios para presenciar el erigir de una nueva estrella que lleve por bandera el sonido y el ánimo de las barras y estrellas, sin embargo ha sido en pleno 2022 y a través de su debut en el larga duración cuando por fin hemos podido presenciar la consolidación artística de Hayden Silas Anhedönia, conocida profesionalmente como Ethel Cain.
La de Anhedönia es una de esas historias intensas y oscuras que parecen sacadas de las páginas de una novela de Anne Rice o Stephen King. Nacida en el seno de una familia puritana y cristiana ubicada en las entrañas de Florida, su discurso comienza a fraguarse de verdad cuando abandona la diócesis en la que su padre ejercía como sacerdote y reafirma su personalidad como mujer transgénero. A partir de entonces y empuñando el alias de Ethel Cain, la cantautora ha ido entregando pequeñas pistas de las diferentes esferas que abrazan su sino como artista, desde etéreas atmósferas sintéticas (a caballo entre el pop más deconstruido de Grimes o Beach House), hasta elementos propiamente heredados de ese bagaje con marca de la América profunda (desde góspel, canto gregoriano hasta country clásico). Con dos magníficos EPs previos (Golden Age y Inbred, publicados en 2019 y 2021 respectivamente) ya pudimos atestiguar las sendas por las que Cain quizás decidiría moverse de cara a su puesta de largo oficial; sin embargo, en este “Preacher’s Daughter” (Daughters of Cain Records, 2022) nos damos de bruces con una versión mucho más tenebrosa de la estadounidense, quien coquetea abiertamente con una escenografía mucho más gótica (puntualmente edulcorada, eso sí, con ciertas tonalidades naíf que rememoran a aquella generación Tumblr).
Preacher’s Daughter es un disco sin prisa, envolvente y que requiere depositar en él todos nuestros sentidos sin mayor interrupción. La manera con la que Cain juega con las texturas es auténticamente desbordante y presenciar esa forma con la que nos desliza desde un plano completamente lóbrego y siniestro sacado de un film de terror (Ptolemaea) hasta un árido y desértico escenario ámbar (Gibson Girl) es la prueba capital de que su versatilidad, acompañada de un titánico talento, le lleva a radiografiar de una forma única la esencia y las raíces de una geografía americana cuestionable y oscura. Además, Cain tiñe con su carácter personal y sus vivencias más desgarradoras cada episodio de este LP, revelándonos con ello su lado más menoscabado y lastimado (“I am poison in the water, and unhappy. A little girl who needs her daddy real bad”, canta sobre las líneas de una conmovedora Hard Times). Y a pesar de que lo realmente imperante de este LP sean sus emotivos discursos en clave de slowcore y esas extensas líneas instrumentales que podrían acompañar cualquier viaje en carretera que se precie, es en una misma línea intimista y lúgubre donde la cantante tampoco escatima a la hora de entregarnos hits con proyección y potencial, como es esa American Teenager donde exhibe su lado más pop y mainstream a juego con voces como la de Sky Ferreira o Heather Baron-Gracie de Pale Waves.
Preacher’s Daughter es un encontronazo constante entre el bien y el mal, entre el juicio y el prejuicio, y una mirada directa a una reinvención total de la liturgia cristiana experimentada bajo el prisma de una joven luchadora que nos ofrece ahora con valentía y pasión un fresco general del viaje personal que ha tenido que recorrer hasta llegar aquí (y todo ello desde la más válida y encomiable auto-producción).