Crítica: El Columpio Asesino - Ataque Celeste

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21 febrero, 2020
Redacción: dod Magazine

Redacción: Andrea Genovart

Este 21 de febrero podremos afirmar que loos navarros han vuelto después de seis años sin lanzar absolutamente nada, un tiempo suficientemente largo en los cortos intervalos temporales que hoy en día suelen haber entre publicación y publicación. El Columpio Asesino ha vuelto, por fin, haciéndolo explotar todo por los aires otra vez, o más bien señalando qué es lo que nos hace explotar.

Su carta de presentación se llama Ataque Celeste, un sexto disco donde quizá los encontramos más poperos que en otras de sus facetas anteriores. La verdad que la noticia de su retorno es doblemente buena, si tenemos en cuenta que ya desde la escucha de su primera canción podemos constatar que el proyecto musical sigue igual de fuerte. E igual de fiel a sí mismo. Así pues, El Columpio Asesino no dejan de ser los que eran, unos punkis sofisticados con profunda atracción por las complejidades oscuras que todo el mundo tiene dentro y de las que nadie se libra. No deja de ser lo que eran, pero ahora lo son mejor: - aún más - adultos y sofisticados, haciendo un nuevo repertorio de una gran calidad, haciendo de cada tema una pieza imprescindibles.

Ataque Celeste, el nombre del disco, evoca la sublimación a que nos tiene acostumbrado un cuarteto que describe lo anecdótico desde lo apoteósico. Siempre con ese tono cercano al fin del mundo, a veces tangente con el registro más dark de los gallegos Triángulo de Amor Bizarro, la banda retrata todas esas sensaciones donde uno siempre se reconoce al límite de estallar. Aunque sea en un bar, o aunque sea sin que haya pasado nada del otro mundo, que al fin y al cabo es lo que siempre nos pasa: nada del otro mundo. Ataque Celeste vuelven a ser las ganas - más bien la necesidad desesperada - de hacer salir a flote esa expresión máxima de la vida, ese sentimiento concentrado; no desde una euforia o un carpe diem adolescente, sino desde la intensidad que hay condensada en cada paso vital. Muchas veces sin quererlo, muchas veces de una forma insoportablemente agotadora. Ataque Celeste es todo eso, y todo lo que hay por haber, pero siempre a través de la poeticidad ruda y áspera característica de la banda; siempre a través de un lirismo que roza la intrusión y la agresividad, evocando a esa versión fallida y posmoderna de superhombre nietzscheano al que sus demonios le empujan a arder. Ataque Celeste es, en definitiva, ese proyecto de despliegue posible por el registro musical propio de El Columpio Asesino, basado en el solape de una orquesta de sintetizadores, baterías de ritmos militares que anticipan un futurismo extorsionador y voces de graves que de vez en cuando dejan de cantar para lanzar un parlamento profético. Éstos últimos son los componentes principales de la receta de la banda, ingredientes que sí por un lado es cierto que siempre estuvieron allí, por otro ahora tenemos el gusto de poder volver a probar con una versión mejorada.

Huir, la canción que se encarga de abrir el disco, es un sorprendente tema electro pop de ritmos muy marcados, que bien podría ser perfectamente una canción firmada por Nos Miran. Igual que podrían parecerlo las canciones Preparada o Siempre Estás Tú, ambas de un aire ochentero y que recuerdan a la cara alegre y fiestera de la movida, pero sin perder de vista un ritmo fácil, constante y pacífico, como si se tratara de un predecible oleaje. El tono que ofrecen estas dos últimas, tono considerablemente novedoso, es una licencia que parece permitirse la banda a lo largo de diversos momentos del disco. No obstante, este desvío falsamente relajado obedece de una forma lógica al trayecto emocional que hace la banda con este nuevo disco, ya que en la otra cara de la moneda de la intensidad siempre hay un necesario recogimiento en pro de la tregua emocional.

Sirenas de Mediodía, una de los hits del disco, recrea ese sonido que nos es tan familiar a la banda, y que tiene que ver con crear un ambiente atmosférico y cerrado sobre sí mismo, que va adquiriendo fuerza de un modo progresivamente lento; en ella se entrelaza un post punk con un estribillo melódico y catártico, de la misma forma que se entrelazan las voces de Albaro y Cristina, reforzando de este modo la sensación de desorientación solitaria que se insiste con el “No tengo remedio” cantado en bucle y del que parece que no se pueda salir. Igual que Lechuzas, Cuters y Somníferos, de un título magnífico y que consigue retratar de una forma magistral todo aquello que tiene que ver con el agónico intento de calmar el dolor a través de una melodía sutilmente pegadiza y en la que tienen un gran protagonismo los sintetizadores. Como si hubiéramos echado todo por la borda y ahora celebráramos la fiesta del precipicio a que nos dirigimos.

Dicen que la otra cara de la ira es la tristeza y eso supongo que debe ser Mi General, donde afloran la depresión y resignación de alguien encarcelado en una relación de dependencia tóxica - “tendrás la puerta abierta cuando subas a matar”. La voz languidecida de Cristina nos conduce por el recorrido de esta especie de cántico fúnebre en el que ya no hay casi fuerzas para gritar cuando se anuncia “Me hundo”. Tu Último Relato sería, en cambio, una de las canciones más musicales de Ataque Celeste. Y también menos enfadadas. En ellas la voz se nivela con el resto de instrumentos, sin pretensiones de ser inquisitivos o de hacer un pulso con toda nuestra Santa Inquisición del siglo XXI. Finalmente Ataque Celeste, la última canción del disco, es una especie de homenaje de New Order pero desde una presencia impositiva. Con una mayoría instrumental donde la voz aparece desde un tono robótico y aportando statements irreconocibles, la banda pone fin a un viaje donde solamente hay ajustes de cuentas que no acaban de ser resueltos. Con tu amante, tu colega, tus expectativas de noche o contigo mismo. Qué más da, al final es uno mismo quién acaba pagando el pato o, como mínimo, sufriéndolo.

De esta forma, El Columpio Asesino no intenta cerrar ningún círculo sino señalarlo como imposible. Denunciar que está ahí, y que siempre lo ha estado. Que siempre lo hemos cargado. Así pues, ya no existen en nosotros formas cerradas,  sino miles de piezas desperdigadas. Y parece ser que el celeste es la nueva dictadura que nos obliga a hacerlas encajar cuando no se puede.

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