Redacción: Andrea Genovart
Cloud Nothings han vuelto apenas un año después de su última publicación y, ante el miedo de sus seguidores de que así no fuese, llenos de fuerza. O ira, mejor dicho. Cloud Nothings vuelven a ser esa onda expansiva de la que dudaban algunos después de haber publicado Life Without Sound (2017), donde hubo un descoloque generalizado ante una propuesta algo más edulcorada de lo habitual. Algo indudablemente más comercial y menos incómodo que su retorno, que ha permitido que el grupo pueda reafirmarse en una identidad feroz y combatiente, de una naturaleza tan energética como desbordante.
El quinto álbum de la banda, Last Building Burning (2018, Wichita Recordings), se trata de un disco más bien corto de sólo ocho canciones. Pero de las que no hay ninguna prescindible. Musicalmente podríamos resumirlo, de hecho, con dos caras: por un lado encontramos una faceta mucho más salvaje, de un agresivo indie rock con muchos aires hardcores; por otro lado, topamos con ese power punk tan simpático que nos traslada a ese 2.000 de skate y muñequeras. De hecho, ésta última vertiente se encuentran de una forma concentrada en la primera parte del disco, con una función amenizante y que dan paso a otra cara compositiva mucho más compleja y elaborada. Una diferencia de registros sobre todo plausible en lo que respecta a la parte vocal, que en algunas canciones guarda prudencia y adquiere una forma más aniñada y plana, como es ejemplo Another Way Of Life; no obstante, en en todas ellas predomina una velocidad que no concibe ningún tipo de tregua. Y menos mal. Porque si algo enriquece a la banda estadounidense es que funciona como una olla a presión, de un modo sorprendentemente incansable teniendo en cuenta sus ocho años tan prolíficos. Ocho años en los que, además, han conseguido evitar toda inercia predecible y que explican que podemos siendo maravillados con el tremendo solo de The Echo Of The World, llevado hasta la eclosión vocal, apenas entendible; o el Don't give him your repetido en bucle de Dissolution, seguido de ocho minutos de una instrumentalidad que va desde un estadio atmosférico hasta el rock más clásico, ambos marcados por la excelente labor del batería de la banda Jayson Gerycz.
Sin embargo, en este quinto larga duración sí que podemos notar otra perspectiva en cuanto a su actitud beligerante. Y es el nihilismo radical que empapa el disco. Encontramos un canto al caos y a su necesidad de combatirlo desde su perspectiva más genérica, pero también desde un estado de vulnerabilidad. Si en So Right So Clean Baldi canta “I see signs of life in alleys and corners / I smell death on a crowded street / I feel the last old building burnin' / I've got nowhere left to put my feet”, en Leave Him Now se dirige a un amigo que está apunto de caerse en lo más hondo y que necesita salvación: “He don't deserve you but you will take him on / You might not know now how that could end up wrong”. Dos matices que giran entorno a lo absoluto como si se tratara de una lucha constante entre las fuerzas del Bien y el Mal.
Last Building Burning son canciones rápidas y que fácilmente se enganchan a nuestro oído, miles de riffs y la voz de Dylan Baldi ferozmente rascada que te incluye en su agitación casi incontrolable. También la energía de un directo recogida y condensada en un LP. Y todo ello posible por todo un grupo tocando en sincronía en unas canciones que así lo exigen, de las que afloran unas melodías donde la guitarra se alza indiscutiblemente como cabecilla. Canciones que, al fin y al cabo, conducen a un mismo punto: al estallido. En ello son idénticas prácticamente las unas a las otras: se trata de conseguir el estado máximo de exaltación. La catarsis, el desenfreno. En definitiva, el desahogo. Pero siempre después de ese contundente golpe en el estómago.