Pocas bandas pueden equiparar la peleada y rápida ascendencia que María Talaverano, Paola Rivero y Alicia Ros han erigido en apenas unos años. Despacito y con buena letra, este trío ha conseguido convertirse en un icono y en un máximo exponente de nuestro pop independiente, creando escuela y un estilo único y perceptible a la primera escucha que ahora encumbran con un segundo álbum, cuyo homónimo nombre de seguro no es casualidad. Pues “CARIÑO” (Sonido Muchacho, 2022) recoge todos los sabores y esencias que definen precisamente a sus artífices: desde himnos con insignias generacionales e identificables hasta relatos agridulces de color golosina envenenada y bien rellenos de auto-parodia e ironía.
Casi un lustro después de su irrupción en el panorama con “Movidas” (Elefant Records, 2018), María, Paola y Alicia lanzan una declaración de intenciones que hace las veces de reválida para confirmarnos lo que ya sospechábamos: que estamos ante uno de los actos más prometedores de nuestra escena. La canciones de “CARIÑO”, tocadas por la varita mágica de Juan Pedrayes (Carolina Durante y Axolotes Mexicanos) en la producción, dan rienda suelta a todas las dimensiones de su emotividad y su sentir con una media hora de cortes directos al corazón, en algunas ocasiones eufóricos (lo que te quiero), en otras demoledores (algo ha cambiado), pero siempre destiñendo aquello que las hace únicas: una arrebatadora verdad que no deja indiferente.
Desde la primera pisada en el umbral del disco, las Cariño ya nos demuestran la genial habilidad que han desarrollado para concebir hits instantáneos, como el presente acto de apertura si quieres, un animado y pasional episodio que llenará de color los primaverales días de más de uno y una con sus esperanzadoras letras (“no sé cuánto dura un rato, pero lo quiero infinito”). Pero a pesar de que las flores irradien color ahí fuera, María, Paola y Alicia son hijas de su tiempo y bien saben que la vida siempre guarda bajo la manga uno de esos ases amargos que hacen que la felicidad dure menos que en la casa de un pobre. Es por ello que los capítulos que se llevan de calle el peso y la identidad del álbum son aquellos que tienen ese plot twist de desgracias del primer mundo con las que tan interpelados nos sentimos. Suyos serás los ramalazos emos de no me convengo (“no quiero ser esa persona que no sabe, que aunque pueda, se reduce en el intento”), el desenfado empoderador de llorando en la acera (“siempre soy yo la que espera a que me digas que no”) o esos vaivenes emocionales de los que no somos conscientes ni nosotros mismos y que tan bien han sabido capturar en sadmeal (“quiero un B2 en tu idioma, dame unas clases privadas”). Un retrato pieza por pieza de todo aquello que nos representa e identifica como generación, para bien y para mal.
Pero como si de un reflejo de la vida misma se tratase, no todo en la propia iban a ser dramas. Y es que al final lo que prevalece, como descubrimos en el propio cierre del disco, es esa capacidad para reírnos de nosotros mismos, algo que las Cariño logran enseñarnos de fábula con el fino sarcasmo y acidez de soy una perra y con la azotadora bonus trap, que con sus inesperadas congas e infecciosos ritmos nos golpean con la verdad universal de que la vida es demasiado corta para tomárnosla tan en serio.