Redacción: Andrea Genovart
Debemos empezar a aceptar que no se nos da bien esto de los cambios. Un artista desaparece unos años, se crea expectación ante su regreso, que alimentamos constantemente, y ante la novedad - pues ¿para quién el tiempo no tiene sus efectos? - todo son visceralidades y comparaciones con el pasado. Por un lado inútiles de por sí, ya que toda época anterior es por definición algo que no debe volver si entendemos que un artista debe crecer y evolucionar. El ser más de lo mismo tampoco es bien llevado. Pero volviendo al inicio: tenemos un problema respecto a nuestro proceso de aceptación de aquellos con que rápidamente nos llenamos la boca llamándoles genios. Esos genios que no se cuestionan en sus primeras etapas inmaduras y que tenían tanto por aprender y pulir, en sus disco debut hechos con muchos menos medios, en su inevitable inexperiencia; esos genios que ahora juzgamos de un modo absolutamente reduccionista ante la complejidad de su nuevo proyecto, cosechado tras unos años de distancia necesaria. No solamente debemos empezar a aceptar, pues, que no se nos da bien esto de encajar los cambios, si no que debemos partir que los cambios no están hechos para nosotros sino por y para ellos mismos. O así en el mundo de la música debería ser.
No vamos a justificar por qué pensamos que Tranquility Base Hotel & Casino no tiene nada que ver con el Arctic Monkeys que todo el mundo conocía. Es una opinión - o más bien sensación - generalizada. Que ha sido lo que nadie se esperaba. Que es más bien una BSO de Ennio Morricone que el nuevo larga duración de uno de los mejores grupos del siglo XXI. Que parece ser una evolución de The Last Shadow Puppets y no una nueva cara oculta y desvelada del mismo cuarteto que con AM (2013) nos dejó a todos con la boca abierta y despertando en nosotros un poder de euforia adictiva. Que todo apunta a que Alex Turner ha hecho el disco que le apetecía hacer en ese momento personal y que ha pedido al resto de la banda que lo acompañaran. Que haces esfuerzos por imaginarte un concierto de estadio o, mejor dicho, en el Primavera Sound o Mad Cool, con este repertorio. Y lo peor de todo: que esperas que ocupe lo más mínimo en el set list después de esperar como mínimo cuatro años para volverlos a ver en un directo.
Arctic Monkeys ha dejado de ser el grupo de sexo, drogas y rock&roll que abrió la puerta a toda una generación que apenas conocía esto del indie rock y del que ahora lo vive de una forma mesiánica. O quizá ha dejado de ser ese grupo jovial y jovenzuelo que además de tener actitud de comerse el mundo sabía que se lo comía. Ahora los temas no giran entorno a la rebeldía y a fortalecer su super ego, sino más bien al contrario: hay un permanente estado de depresión que abre puertas a la reflexión en un movimiento de espiral. Te imaginas a Turner bebiendo un whisky solo en un salón de lujo extremadamente casposo. La alienación, la tristeza, la nostalgia y el reclutamiento son denominadores común en su nuevo disco. Acompañados siempre del piano, por supuesto, que ha destronado públicamente a la guitarra y a todo aquello que pueda hacer algo de ruido situándose por encima de este nuevo tono meloso. Nada que se confunda y nos induzca a nuestro salto.
Las cuatro primeras canciones que abren Tranquility Base Hotel & Casino (2018, Domino Records), Star Treatment, One Point Perspective, American Sports y Tranquility Base Hotel & Casino, podrían ser la misma: cuesta diferenciar los cortes entre ellas y la predominancia de la voz, que es más bien de recitación, es una nube omnipresente que hace imperceptible la transición. Todo parece que empieza a girar con Four Out Of Five, quizá el tema que se acerca más al antiguo rock de los Arctic y sirve de consuelo para aquellos que dramatizan por el cambiazo del traje por la chupa. No tanto porque pueda categorizarse de bailable - que ni por asomo - sino porque el resto de instrumentos cobran fuerza como también el timbre de la voz del cantante. Lo mismo sucede con los riffs de Science Fiction y Batphone. Y ya está, obligándonos a dejar de contar. Pero volviendo al tono predominante del disco, The World’s First Ever Monster Truck Front Lip sería una balada que ahora escribiría Eltohn John y The Ultrachesse nuestro querido Elvis. Todo apunta a lo mismo: la voz de Turner, siempre sensual pero nunca modulada igual en cada de los once temas del disco, es la protagonista. Él es el indiscutible protagonista. Ahora el único genio.
Así pues, lo que nos queda es aferrarnos a aquello que no paramos de oír cuando las expectativas de un esperado lanzamiento quedan descolocadas: hay escuchas que no entran a la primera. Ni a la segunda. Sí que es cierto que este proceso de asimilar y familiarizarte con un nuevo repertorio nunca ha sido propio de la banda de Sheffield, al que pensábamos tener bastante controlados. Y quizá a eso se deba la magnitud de tanta controversia y estupefacción. Pero nada por lo que hayamos pecado también nosotros: nos avisaron ellos mismos al anunciar su título. Tranquility Base Hotel & Casino: música para la tranquilidad, para la contemplación. Después del riesgo, cabe el reposo. El hotel es el resguardo, el sitio de descanso. Y, también como se mire, de paso. Pero en todo caso, siempre un lugar donde después de jugar, de perder o ganar, te retiras a convivir con tu parte más solitaria. Y parece ser que ahora se ha dejado entrever esa parte más oculta y silenciada.