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Crítica: 'Annette' de Leos Carax

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ANNETTE - Leos Carax

Redacción: Fran González

A nadie le sorprende que en pleno 2021 nos podamos topar con un pletórico Adam Driver y una exultante Marion Cotillard dando lo mejor de sí mismos en un largometraje. Sin embargo, un Leos Carax también en estado de gracia es capaz todavía de sorprendernos con la exposición de las capacidades interpretativas de estos dos, llevándolas a unos límites que difícilmente dejarán indiferente a nadie.

Annette” no solo ha sido la cinta encargada de abrir la edición de este año del festival de Cannes, sino también una de las revelaciones más impactantes de su libreto. Una propuesta alejada de puntos medios y que directamente nos traslada a un plano extremo y grotesco que nos enseña con deliberada paciencia la cara más nociva y fatal de la vida entre bambalinas.  Ambientado en una metalingüística y teatral versión de Los Ángeles, el film no podría haber elegido una pieza mejor para desenvolver sus encantos. Pues desde el primer minuto, y tras un provocativo y peculiar discurso de advertencia en el que se nos sugiere incluso no respirar hasta que termine la película, tiene lugar un delicioso número musical en plano secuencia, donde son más los propios actores que los personajes los que nos seducen con una pegadiza ‘So May We Start’, introduciéndonos de pleno en esta explosiva vorágine de ritmos y líricas dementes que está a punto de dar comienzo.

Otras obras de Carax ya nos ponían en sobreaviso de su carácter irreverente y de su visión punk a la hora de trazar líneas argumentativas. No es por tanto ninguna sorpresa que en esta ocasión el cineasta francés haya querido mantener su buen hacer en una línea pareja, infiltrándose en el género musical para ponerlo patas arriba desde dentro y romper todas las estructuras de éste. En una historia en la que el diálogo hablado tiene escaso espacio y se ve relegado a meros y breves interludios, se nos presentan tres figuras sobre las que reposará la carga del relato. Henry McHenry, interpretado por un superlativo Adam Driver, es un monologuista de stand-up, cuyo show oscila entre las excentricidades de “Weird Al” Yancovic y el humor amargo de Bill Hicks, y que tras su espectáculo “The Ape of God” comienza a conocer de primera mano la desoladora evolución de un público que antes aplaudía sus negros chascarrillos y ahora repudían su trabajo, torciendo el gesto y apartando la mirada. Por su parte, la mujer que McHenry decide amar es Ann Defrasnoux (Marion Cotillard), una afamada y prestigiosa cantante de ópera que acumula sold-outs en su alegórica y profética exhibición, mientras que su marido presencia con celo y veneno el declive de su vida (la cual es analizada desde una sátira de prensa amarillista, donde Carax exhibe sus afilados dientes con crítica al cinismo pos-moderno). En un tímido segundo plano, que gana relevancia a medida que los acontecimientos se van sucediendo, está un sorprendente Simon Helberg en el papel de “El Acompañante”, que con omisión y desde su rol de tercero en discordia acaba uniéndose a la parte más dantesca de este entramado absurdo y siniestro.

La pieza se divide en tres actos claramente distinguibles en los que la negra entraña de McHenry se deja ver progresivamente hasta revelar sin excusas su narcisismo psicópata que concluye en un predecible desenlace. Por su parte, Annette es la hija entre éste y Ann, que además de dar nombre a la propia cinta, es protagonista de algunos de los momentos más lynchianos del film. La niña es ni más ni menos que una enigmática e inquietante marioneta de madera, que además de aguardar un talento innato que no tardará en cautivar al espectador, su llegada al mundo también supone para su padre un detonante que provoca su pérdida total del juicio, lo que le acaba llevando a transitar vías alternativas para dar salida a su monstruoso ego.

No podemos evitar reparar en la particular obra de ingeniería que Sparks hacen detrás de las líneas de guión y composición de esta maravillosa película. Los hermanos Ron y Russell Mael nutren con sus letras sencillas pero cargadas de emoción cada compás de ésta, confirmando con mayúsculas que éste es su año (tras el también celebrado documental sobre su carrera, “The Sparks Brothers” dirigido por Edward Wright), y colándose con autoridad en los entresijos de un delirante largo de más de dos horas de duración. “Annette” es más que un musical; es una ópera-rock que circula por diversos géneros y que, a través de esa diversidad vocal, nos involucra en planos histriónicos y alargados hasta la angustia. Pese a sus temas de cercana actualidad, como la cultura de la cancelación, el movimiento me too, la toxicidad en pareja o la explotación artística por parte de un progenitor, la obra huye del lenguaje apto para el público generalista pero sí extiende sus brazos para agarrar al espectador con el fin de retenerlo. Pues pese a la incómoda crudeza de la que se es testigo, no queda más remedio que abrazar desde el temor y la admiración una historia tan descabellada como conmovedora.

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